sábado, 7 de noviembre de 2015

noviembre 07, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Sin las bases. Una amiga de Nalgarina Grandchichier, ex vedette, se topó con ella en un centro comercial. Le dijo: “Supe que te retiraste del espectáculo. ¿Qué haces ahora?”. Respondió Nalgarina: “Vivo de mis acciones”. “¿De veras? -se interesó la amiga-. A ver, cuéntame”. “Ahora no tengo tiempo -se disculpó la Grandchichier-. Precisamente al rato tengo acción”. Famulia, criadita pizpireta, estaba enamorada de su patrón, hombre joven, apuesto y además soltero. Cierto día a la muchacha se le cayó un platito del té, que se hizo pedazos al caer. El galán le dio a la chica una traviesa nalgadita y le dijo: “Esto es por haber quebrado el plato”. Poco después Famulia se presentó ante su patrón y le dijo con sonrisa insinuativa: “¿Qué cree, señor? Acabo de quebrar el platón”. Un sultán invitó a otro a ir de pesca. “Esta semana no puedo -se disculpó el otro-. Me caso el martes, el jueves y el viernes”. Si me piden que lo diga a lo finolis escribiré que la izquierda mexicana está desdibujada. Si se me exige claridad diré que está desmadrada. El hecho de que Agustín Basave haya sido llamado a dirigir el PRD evidencia que el Partido de la Revolución Democrática no tiene nada de democrático, y menos aún de revolucionario. La designación del elegido presenta más de una semejanza con el modo en que el PRI nombra a quienes lo dirigen. En cuestión de democracia interna las únicas aportaciones las está haciendo el PAN. Agustín Basave es un hombre de excelentes cualidades, talentoso y bien intencionado, pero no ha sido militante perredista, ni será elegido por las bases del partido, de cuyo apoyo carece, pues es un desconocido para la mayoría de los miembros. Por más de un motivo sorprende que Basave haya aceptado esa encomienda. No cabe esperar que de su dirigencia deriven buenos frutos, ni para él ni para el PRD. Dividirá a los perredistas, y por tanto los debilitará, sobre todo frente a ese monolito que es López Obrador. Si el partido del sol azteca constituye la presencia más visible de la izquierda en la política partidista, digamos con la tonadilla de la canción que pregunta sobre el destino de los muertos: “¿A dónde irá la izquierda? Quién sabe a dónde irá”. Don Francisco de Mataporquera, nacido en Santander, abarrotero en un pequeño pueblo mexicano, era hombre de edad madura ya, pero fuerte y de robusta complexión. Se había mantenido soltero, por aquello del trabajo, y también por convicción. Solía decir: “Como escribió mi paisano Pereda: el buey solo, bien se lame”. Sucedió un día, sin embargo, que llegó a su tienda una garrida moza campesina. Su enhiesto busto parecía querer escapar a la prisión de la ceñida blusa, y su magnificente grupa tenía invitadoras redondeces. La breve falda que vestía dejaba ver las bien torneadas piernas, y aun mostraba el principio de los ebúrneos muslos, promesa de un oculto paraíso. Su cimbreante cintura. (Nota de la redacción. En este punto nos vemos en la penosa necesidad de interrumpir por un momento la descripción que hace de esa muchacha nuestro estimado colaborador. El joven encargado de revisar su texto experimentó al leerlo cierta conmoción corporal que lo obligó a salir. A su regreso continuaremos el relato. Ha vuelto ya el muchacho, y se le nota más calmado. Prosigamos). Su cimbreante cintura de palmera y los demás atributos de la chica hicieron que don Francisco se prendara de ella. La cortejó primero mediante el discreto recurso de darle 100 gramos de más en cada kilo que le pesaba, con un pilón, ñapa o adehala consistente en un chicle Canel´s -sabor de tutifruti- y una paleta Mimí. Tal esplendidez funcionó, y la zagala empezó a ver con buenos ojos al añoso abarrotero. Para no hacer más largo el cuento, que va resultando ya prolijo, a los pocos meses don Francisco y Bucolina, que así se llamaba la muchacha, contrajeron matrimonio. La noche de las bodas se acostaron en el tálamo nupcial. El novio apagó la luz y aproximó su cuerpo al de su desposada. En la oscuridad le dijo la muchacha: “Don Francisco: por favor retire usted el brazo, pues me oprime la dureza de su codo”. Replicó el fornido galán: “No es el codo”. Exclamó entonces Labrantina, jubilosa: “¡Paco!”. FIN.