lunes, 23 de noviembre de 2015

noviembre 23, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Paradoja mexicana. El joven Impericio suspendió por un momento el acto del amor y le preguntó a su pareja: "¿Te está gustando, Rosibel?". "Mira -respondió la muchacha-. Si esto estuviera en la televisión yo ya habría cambiado de canal". Don Martiriano comentó en una fiesta: "Mi esposa Jodoncia tiene un impedimento que le evita hablar como a ella le gustaría". "¿Ah, sí? -preguntó uno-. ¿Qué impedimento es ése?". Contestó don Martiriano: "Tiene que respirar de vez en cuando". El presidente de la compañía presentó al nuevo gerente con una exuberante morenaza de voluptuosas curvas y sonrisa insinuativa. Le dijo: "Y aquí la señorita Nalgarina, señor Mequínez, es una de las prestaciones más atractivas que la compañía ofrece a sus ejecutivos". En la agencia de automóviles el vendedor estrella se quejaba con una de las secretarias. "Me ha ido muy mal en las ventas-le dijo-. Este mes tendré que vender algunos coches o perderé mi buena fama". Replicó la chica: "A mí me pasa algo parecido. Este mes tendré que vender algo de mi buena fama, o perderé mi coche". A aquel señor no le gustaban ciertas modas femeninas. Decía: "Con pantalones unas mujeres se ven masculinas, y otras se ven masculonas". Mi oficio de juglar itinerante me ha llevado en estos meses últimos a varios países, entre ellos Estados Unidos y España. Me gusta hablar con la gente, pero me gusta más oírla hablar, y en las conversaciones con mis anfitriones y con taxistas, meseros, vecinos de asiento en el avión y etcéteras variados, me he topado con una extraña paradoja. Existe en el extranjero una doble visión de México. La gente común lo ve como un país agobiado por la violencia criminal, en tanto que los empresarios e inversionistas -vale decir la gente del dinero- lo consideran un lugar seguro para invertir en él. Desde luego más allá de nuestras fronteras se conocen bien los riesgos que derivan de la inseguridad, la corrupción y la manga ancha que en México hay para aplicar la ley (o para no aplicarla). Pero aun así la estabilidad política del país se toma en cuenta como factor de importancia para invertir en él. Escuché al mismo tiempo opiniones favorables acerca de la calidad de la mano de obra mexicana en relación con la de otros países, y del sentido de responsabilidad de los trabajadores mexicanos, idea que contrasta con la que tenemos de nosotros mismos. En ese sentido, pues, no andamos mal, aunque en otros -los más- podríamos andar mejor. El psiquiatra oyó durante tres sesiones al señor. Después de determinar que su mamá (la del señor) no tenía nada qué ver con el asunto que había llevado ahí a su paciente, le dijo: "Sus problemas de insomnio y ansiedad, don Chinguetas, se deben a sus constantes aventuras extraconyugales. Faltar a sus deberes de buen marido le genera tensión, y esa angustia se manifiesta en los síntomas que usted presenta. Sea usted fiel a su esposa y sus afecciones desaparecerán de inmediato". "Perfectamente, doctor -dice el paciente disponiéndose a salir-. Muchas gracias''. "Un momento -lo detuvo el analista-. Debe usted pagarme mis honorarios". "¿Honorarios? -se sorprendió el otro-. ¿Por qué?". "¿Cómo por qué? -se amoscó el psiquiatra-. Por el consejo que le di". "¡Ah, no! -protestó don Chinguetas-.¡ No pienso seguirlo!". En el manicomio el alienado movía la cabeza de un lado a otro, como péndulo. "¿Qué haces?'' -le preguntó un enfermero. "Soy un reloj" -contestó el otro. "¿Ah, sí? -dijo el enfermero-. A ver: ¿qué horas son?". "Las 9 y cinco" -respondió el interno. "Estás loco -le dijo el otro-. Son las 11 y media". "¡Uta! -exclamó el loquito empezando a mover la cabeza más aprisa-. ¡Voy muy atrasado!". La parroquia organizó un bazar navideño de caridad, y una muchacha asistió a él llevando un vestido muy escotado que dejaba ver a plenitud la opima munificencia de sus ubérrimos atributos pectorales. En la puerta por donde entró la chica estaba el joven cura de la parroquia acompañado por una de las damas de la organización piadosa que auspiciaba el bazar. "¡Qué barbaridad! -se escandalizó la señora al ver el escote de la muchacha-. ¿Había usted visto antes, padre, algo semejante?". "No lo podría decir -respondió el joven curita-. Voy a acercarme más a fin de observar si he visto antes algo semejante". FIN.