domingo, 25 de octubre de 2015

octubre 25, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


En las últimas. Corcheo, músico de profesión, casó con cierta dama -es un decir- que llevaba corridos muchos kilómetros de vida, y todos en terracería. Terminado el primer trance de connubio la mujerona le dijo a su flamante marido con tono agrio: "Sabía que eras músico, pero no que tenías un instrumento tan pequeño". Respondió Corcheo sin perder un solo compás: "El instrumento es de tamaño normal. Lo que sucede es que la sala de conciertos es demasiado grande". (No lo entendí). Don Ultimiano estaba muy enfermo. Su esposa, preocupada, llamó a un médico, y acudió un doctor muy joven. Le pidió al paciente: "Diga 'Ah'". Don Ultimiando dijo: "Equis. Y griega. Zeta". El médico llevó aparte a la mujer. "Señora -le indicó solemne-. Me temo que su marido está en las últimas". El cliente del restorán de lujo gritó súbitamente: "¡Santo Cielo, Chicholina! ¡Se te bajó el escote y las bubis se te salieron del vestido!". Al oír aquello corrieron hacia la mesa del señor el gerente del restorán, el capitán de meseros, todos los camareros, el encargado de la cava, el jefe de compras, el despensero, el chef, sus asistentes, el lavaplatos, el cajero, el contador, el guardia de la puerta y la totalidad de los choferes del servicio de valet parking. Grande fue la decepción que se llevaron: a la señora no se le había bajado el escote; antes bien vestía una blusa abotonada al cuello como las que llevan las novicias del convento de la Reverberación. El gerente se hizo voz del descontento de todo su personal y le reclamó con enojo al parroquiano: "¿Por qué gritó usted mentirosamente que a su esposa se le habían salido las bubis?". Replicó el cliente: "Porque tenía ya media hora gritando: '¡Mesero! ¡Mesero!', y no venía nadie". El joven médico veterinario era especialista en inseminación artificial. Un granjero lo llamó por teléfono: quería que fuera a su establo a inseminar una vaca muy fina que tenía. El veterinario le dijo que sólo podía ir tal día a tal hora. Le informó el otro: "No estaré en la granja ese día, pues saldré de viaje con mi esposa. Pero no deje de ir ese día. Mi madre lo atenderá; yo le diré que va air usted a inseminar a la vaca. ¿Necesita algo?". Le pidió el veterinario "Nada más ponga un clavo grande en la pared del establo donde la vaca acostumbra comer. Es para colgar mi equipo". El día señalado llegó el veterinario a la granja. La madre del granjero lo estaba esperando ya. Lo recibió fríamente, con una mirada entre de reproche y de desprecio, y luego lo llevó al establo. Le dijo con tono hosco: "Esa es la vaca que va usted a inseminar. Yo me retiro, pues no me gusta ver esas cosas. Y ahí está el clavo que pidió. Supongo que es para colgar su ropa, ¿no?". Contó un tipo: "Mi esposa llegó tarde a la noche de bodas. Tuve que empezar yo solo". Doña Macalota, señora muy robusta, subió a una básculas en la calle. Estaba descompuesto el aparato, de modo que la aguja marcó 45 kilos. Don Chinguetas, el esposo de doña Macalota, vio aquello y exclamó asombrado: "¡Caramba, mujer! ¡Estás hueca!". La señorita Peripalda, catequista parroquial, fue corriendo con la mamá de Pepito y le dijo toda agitada: "¡Acabo de ver a su hijo entrando en la casa de Mesala, esa mujer de vida deshonesta!". "Sí -respondió tranquilamente la señora-. Pepito está tomando una clase de Educación Sexual, y fue a que lo ayude a hacer la tarea". Dos rancheritas aprendieron a fumar. Comentó una muy orgullosa: "Ya puedo echar rueditas de humo". ¡Uh qué chiste! -se burló la otra la otra-. Yo también puedo. Mira". "Sí -dijo la primera-. Pero tú las echas con la boca". Don Madano, señor bastante gordo, y que por lo mismo al sentarse tenía que abrir las piernas, iba en el autobús en uno de esos asientos corridos que ocupan todo el costado del vehículo. Subió una señora que llevaba a sus ocho hijos y les buscó acomodo. Uno de ellos, sin embargo, ya no alcanzó lugar. Con el ceño fruncido -entre otras cosas- le dijo a don Madano: "Caballero: si no abriera usted sus piernas mi hijo podría sentarse". "Señora -contestó don Madano-. El niño podría sentarse, y no iríamos todos tan apretados, si hubiera usted cerrado las suyas". FIN.