sábado, 24 de octubre de 2015

octubre 24, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre
 

Educación sexual. La mamá de Pepito le dio la buena noticia. “A tu tía Encintia -le dice- la va a visitar la cigüeña”. “Ojalá no la asuste el pajarraco -respondió el precoz chiquillo-. Mi tía está embarazada, y con el susto podría malparir”… Matilda la Mezcalera, cantante de ranchero, mostraba un opulento busto y un magnificente nalgatorio. Ninguno de esos dos significativos atributos correspondía a su corta estatura y a su desmedrada estructura corporal. Su agente le preguntó, orgulloso, al empresario: “¿Qué le parece el falsete de Matilda?”. “No está mal –responde el individuo-. El problema es que lo demás también es falsete”… El padre Arsilio amonestaba a la liviana chica: “Lo que debes hacer, Pirulina, es conseguirte un marido”. Preguntó ella: “¿El de quién me recomienda, señor cura?”… Don Antanio estaba chapado a la antigua, y por tanto no le agradaban algunas modas femeninas. Decía: “Con pantalones unas mujeres se ven masculinas, y otras se ven masculonas”…  La esposa de Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, le pedía en vano que le permitiera contratar una muchacha de servicio para que la ayudara en las tareas de la casa. Un día le dijo: “Capronio: estoy haciendo el trabajo de tres mujeres”. “¿De veras? –replicó el majadero-. Hoy en la noche mándame a una de las otras dos”… Himenia Camafría, madura señorita soltera, les decía a sus amigas: “He sido virgen durante 45 años. Pero, la verdad, no tengo ningún interés en romper el récord”… Todavía hay quienes piensan que la educación sexual puede acarrear problemas. Mayores problemas, sin embargo, provoca la ignorancia en materia de sexualidad. Aun en este tiempo existen padres y madres de familia que por causa de una deficiente instrucción moral o religiosa ven con recelo, y aun con temor, todo aquello que al sexo se refiere. Piensan que hablar de él a los niños o a los adolescentes “les abrirá los ojos”, como si mantenerlos ciegos a sus hijos fuera lo mejor. Los padres, los educadores y los guías religiosos, alejados lo mismo de una concepción mecanicista del sexo que de un obtuso puritanismo despegado de la realidad, han de procurar dar a sus hijos y educandos una visión del sexo fincada en el amor y en la responsabilidad consigo mismos y con los demás. De padres amorosos y maestros bien informados deben recibir los niños y jóvenes una educación integral sobre el sexo en sus aspectos físico, emocional, social y espiritual. Sólo así no tendrán una visión morbosa de esa parte de la naturaleza humana, tan noble parte que a través de ella se perpetúa el don hermoso de la vida… En el manicomio el loquito movía la cabeza de un lado a otro, como péndulo. “¿Qué haces?” -le preguntó uno de los encargados. Respondió el alienado: “Soy un reloj de péndulo”. “¿Ah, sí? -contestó el otro-. A ver: ¿qué horas son?”. “Las 9 y cinco” -respondió el orate-. “Estás loco -le dijo el del manicomio-. Son las 11 y media’’. “¡Uta! -exclama el loquito empezando a mover la cabeza más aprisa-. ¡Voy retrasado de a madre!”… El doctor Duerf, célebre analista, atendió durante diez sesiones al maduro señor. Después de determinar que su mamá (la del señor) no tenía nada que ver con el problema que había llevado ahí a su paciente, le dijo: “Sus problemas de insomnio y constante estado de ansiedad, don Coscolinio, no tienen su origen, como usted supone, en el estrés que le causa su trabajo. Sus síntomas se deben a sus aventuras extraconyugales, a sus adulterios e infidelidades. Faltar a sus deberes de marido, y el temor de que su esposa y la sociedad conozcan sus desvíos, le generan una gran tensión nerviosa, y esa angustia se manifiesta en insomnio y ansiedad. Sea usted casto y honesto; retorne a la senda de la fidelidad conyugal; renuncie al trato de las mujeres con las que suele verse, y ya verá que sus problemas desaparecerán”. “Muy bien, doctor –dijo el señor al tiempo que se encaminaba hacia la puerta-. Le agradezco su atención”. “Un momento -lo detuvo el analista-. Debe usted pagarme mis honorarios”. “¿Honorarios? -se sorprendió el sujeto-. ¿Por qué?”. “¿Cómo por qué? -dijo el siquiatra, molesto-. Por el consejo que le di”. “Entonces no le debo nada –replicó don Coscolinio-. No lo pienso seguir”… FIN.