domingo, 11 de octubre de 2015

octubre 11, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Los dedos de la mano. Una mujer de la Edad de Piedra llegó muy orgullosa luciendo sobre los hombros una hermosa piel de tigre. Les dijo a las demás mujeres: "¡Felicítenme, chicas! ¡Acabo de inventar la profesión más antigua del mundo!". Había carreras de caballos en el pueblo. De su rancho llegó don Poseidón, rico terrateniente, quien iba montado en un macho rucio de gran alzada y corpulencia. A fin de ver bien la carrera el vejancón se acomodó a lomos de su macho en la primera fila. Sucedió, sin embargo, que el animal invadía la pista por donde correrían los caballos. Uno de los organizadores del evento se acercó a don Poseidón y le dijo con tono perentorio usando el vocabulario de los charros: "Está usted estorbando, señor. Haga recular a su macho". Replicó don Poseidón, desafiante: "Mi macho no recula, ni yo soy hombre para recular". "Pues ya le dije -insistió el otro-. Recule usted". "Y yo ya le contesté -repitió, retador, don Poseidón-. Ni yo reculo ni haré recular a mi macho". "¡Mire, amigo! -se enfureció el otro-. ¡Si usted no recula su macho se lo voy a recular yo!". "¿Ah, sí? -estalló don Poseidón-. ¡Usted que me recula el macho y yo que le remacho el...!". Aquellos cuatro amigos estaban jugando póquer. De pronto uno vio el reloj y se levantó. "Debo irme -anunció-. La muchacha salió, y mi esposa está sola en la casa". Otro se puso en pie también. "Yo también me voy -manifestó-. Mi esposa salió, y la muchacha está sola en la casa". El cura párroco del pueblo celebró su cumpleaños, y le contó a uno de sus feligreses cómo toda la gente le había llevado obsequios a la misa. Relató: "Me regalaron maíz, frijol, trigo y garbanzo. Alguien ofreció un marranito. Pero lo que más llamó la atención de la gente fue que Bucolita, la hija de usted, puso un huevo en el altar". "¡Qué barbaridad! -se consternó el granjero-. ¡Ya le había dicho yo que no se le acercara al gallo del corral!". Don Geronte, señor de edad madura, llamó a su hijo mayor y le dijo con solemne gravedad: "Hijo mío: vas a contraer matrimonio el mes entrante. Bueno será que sepas algo que te será de mucha utilidad en la relación conyugal. Se trata del gran servicio que en tu vida de casado te puede prestar este dedo, el cordial o de en medio. Mira: cada dedo de la mano corresponde a determinada etapa de la vida, y cada uno expresa algo correspondiente a esa edad. Tomemos primero el dedo llamado gordo, el pulgar. Es el dedo del optimismo juvenil. Alzas un pulgar, o ambos, y eso es una señal positiva, la afirmación de que las cosas van muy bien. El dedo índice es el dedo de tu realización como adulto. Lo levantas en alto para decir: 'Soy el número uno', o la adelantas para impartir tus órdenes: 'Tú, Fulano, haz esto. Tú, Mengano, haz aquello'. El dedo de enmedio -ya te lo dije- es el dedo más útil en el matrimonio. Pero de ése te hablaré después. Sigue el dedo anular. Es el de la madurez. Lo usamos para llevar la argolla de casados. Y, finalmente está el meñique. A pesar de ser el más pequeño, ese dedo sirve para mostrar que hemos llegado ya a la cima del poder y del éxito: al tomar la taza de té o de café erguirás el meñique en gesto de distinción y de elegancia que mostrará tu posición social". "¿Y el dedo del matrimonio, padre?'" -preguntó ansioso el muchacho. "¡Ah! -respondió el señor-. Es el dedo más importante de todos, y debes aprender a usarlo con tu mujer. Escucha: en la noche de bodas le demostrarás una vez tu amor. Dos veces se lo demostrarás, pues eres joven y fuerte, y estás lleno de las ansias del amor. Ella te pedirá una tercera vez, y tú le cumplirás: tienes a quién salir, y no en vano provienes de linaje saltillense. La dejarás ahíta y satisfecha. Pero aun así te pedirá una cuarta vez, ignorante de que la naturaleza nos pone limitaciones a los hombre. Tú ya no podrás atender esa solicitud como atendiste las otras anteriores. Entonces, hijo mío, tendrás que usar el dedo de en medio. Cuando no puedas ya cumplir las demandas de tu esposa llévate ese dedo a la sien derecha y dile a tu mujer: "¿Estás loca? ¡Métete aquí en la cabeza que no soy un conejo para hacerlo tantas veces!'". FIN.