martes, 29 de septiembre de 2015

septiembre 29, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre 


“Mi familia es muy pequeña, doctor. No somos más que mi madrecita; una hermana que a la fecha guarda estado honesto, pues no es casada; otro hermano y yo, los dos casados. Perdone que le quite un poco de su tiempo, doctor, pero es que quiero que se dé cuenta de dónde viene mi enfermedad. Como le decía, tengo un hermano casado y precisamente el origen de mi padecimiento lo atribuyo a dificultades que hemos tenido con su esposa o sea mi cuñada. No está usted para saberlo, pero es una mujer un poco rara. Su manera de andar es indecente, su forma de vestir exagerada. Ya cuando se casó con mi hermano habían tomado vísperas, como decimos vulgarmente, usted me entiende. Aunque nos cayó un poco mal esto ya lo habíamos olvidado: Somos de carne y hueso, y además no será la primera y la última que lo haga. Lo que sí tratábamos de mejorar era su manera de vestir. Con ese objeto mi esposa y yo, de acuerdo con mi madrecita, le regalamos un vestido un poco más larguito, más recatadito que los que ella usa. Pasaron dos, tres meses, y como no vimos que lo usara mi esposa le preguntó: “¿Qué tal te quedó el vestido?” Ella, sin andarse con rodeos, le contestó que como era de moda pasada se lo había regalado a su mamá y eso porque ya no tenía abuela, pues apenas a ella le habría servido. Naturalmente que aquello nos molestó, pero nos aguantamos. Habrían pasado unos tres meses de lo que le he platicado. Tuvimos una fiestecita en la casa y los invitamos. Cuando llegaron, yo atendiendo a la regla de educación que dice: “Primero es dama que peón”, me levanté a recibirlos y le dejé mi asiento a la esposa de mi hermano, con tan mala suerte que la silla se quebró, no sé por qué y mi cuñada fue a dar de nalgas contra el suelo. Ya se imaginará, doctor, lo que siguió. Sin atender nuestras disculpas, creyendo que la cosa había sido intencional, se salió en el acto en forma un tanto tosca y mi hermano tras ella, sin despedirse de nadie y dejándonos con las palabras en la boca. No queriendo que las cosas llegaran a más fuimos mi esposa y yo a visitarlos, suplicándoles perdonaran lo que había ocurrido. Todo quedó arreglado, por lo menos aparentemente, y seguimos sin novedad hasta hace ocho días en que ahí sí me dieron el mate. Yo, al igual que mi padre, soy sastre, y en recuerdo de él tengo en mi sastrería su retrato que hice iluminar a todo color. En él está mi papá riéndose y esa risa es más marcada porque él era bizco. Bueno, fue mi hermano a recoger un pantalón que yo le había arreglado. Mi cuñada se quedó viendo el retrato de papá y le preguntó a mi hermano: “Oye, Esteban: ¿De qué payaso es ese retrato?” No me pude detener y le contesté: “Desde luego que usted no lo conoce porque sus gentes son de muy baja condición, pero sepa que es mi padre, ya difunto, y si fuera payaso lo habría sido de un circo de categoría, no de una carpa vulgar donde usted muy bien podría trabajar”. Desde ese momento me sentí mal, doctor. No había pasado ni una hora cuando me empezaron unos fríos temblados con dolor de cabeza y de cuerpo, el estómago emparedado y la boca seca como papel. Llamamos a un médico y como tenía tres días de no obrar me recetó una purga ingrata. Me ha venido una diarrea furiosa que no la puedo detener. A la vista salta que lo que tengo son fríos biliosos. Se lo digo para que pueda usted hacerme un buen tratamiento”... Este relato de pueblo lo saqué de un libro delicioso, Humorismo Clínico. Notas para el folklore en la Medicina, escrito por el doctor Fernando Topete del Valle y publicado hace 40 años en Aguascalientes. El prestigioso médico recogió las expresiones con que sus pacientes le describían sus males y al hacerlo hizo una sabrosa recopilación de voces y dichos populares. El libro me lo envió una amabilísima lectora, María Carmen Ayala Espino, de Irapuato. Me dijo: “Sé que va a disfrutar mucho este libro”. Mucho lo disfruté, en efecto, tanto que voy a compartirlo con mi querido hermano Jorge, médico humanista -vale decir humano- que cura con su ciencia las dolencias del cuerpo y con su fe los dolores del espíritu... FIN.