domingo, 6 de septiembre de 2015

septiembre 06, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Hermosa realidad. Amaos los unos a los otros (II) Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. En cierta ocasión fue a ver la película "South Pacific" (1958), con Mitzi Gaynor y Rossano Brazzi), y su sola presencia en la sala cinematográfica fue causa de que ese año se helara la cosecha de ananás en todas las islas de los Mares del Sur. Gélida es, en efecto, esa señora. Las raras, rarísimas veces que se presta al acto del amor la última fue cuando la pelea Dempsey vs. Firpo, el 14 de septiembre de 1923, lo hace con desgano, como quien cumple una molesta obligación. Don Frustracio, su marido, se queja mucho de la frialdad de su mujer. Pero una cosa ha de decirse en abono de la dama: gracias a ella ha descendido un grado Celsius la temperatura del planeta en el calentamiento global que padecemos. Incluso hay una iniciativa en la ONU para que se le declare "Benemérita Ecológica". Pues bien: hace unas noches don Frustracio se atrevió a solicitarle a su consorte el cumplimiento del débito conyugal prescrito tanto por el Código Civil como por la legislación canónica. Doña Frigidia, como es su costumbre, se negó. Adujo que ese día el pasado primero de septiembre se cumplían 300 años de la muerte de Luis XIV, rey de Francia, y que ella no estaba dispuesta a profanar esa luctuosa fecha con una acción carnal. Alegó tímidamente don Frustracio: "Pero, mujer: en todo el tiempo que llevamos de casados y ya cumplimos nuestras bodas de rubí: 40 añoshemos hecho el amor sólo en tres ocasiones". "¿Y ya quieres otra vez? exclamó doña Frigidia airadamente. ¡Eres un maniático sexual!". Suspiró el sufrido esposo, y ya no dijo más. 


Esa noche se soñó a la orilla del mar haciendo el amor sobre la arena de la playa con Deborah Kerr. Fue aquel un sueño húmedo, y bastante, pues las olas llegaban hasta donde yacían los amantes y los envolvían con su sal y su espuma cariciosa. Sucedió, sin embargo, algo extraordinario, tanto que me resisto a relatarlo por temor a que mis cuatro lectores me tachen de demasiado imaginativo. Don Frustracio despertó de aquel hermoso sueño y se encontró cubierto de ovas y lamas, de algas marinas, de arena. Tenía una estrella de mar en la cabeza, a manera de corona, y entre las sábanas del lecho jugueteaba una pareja de caballitos de mar. Un pez espada yacía a su lado, inofensivo, y un delfín jabonado daba saltos sobre los muebles de la habitación. De esto hace varios días, como dije, y don Frustracio no acaba de salir de su estupefacción. Le contó el caso a su mujer y ella se burló: "Estás loco". La llevó al cuarto para que viera aquellos prodigios marineros, pero ya habían desaparecido. El apesadumbrado señor se puso a buscar algo que le probara que lo que soñó no había sido un sueño. Halló esa evidencia: en la cama había quedado un poco de arena. La recogió con ansiedad de avaro y la puso en un pequeño pomo que guarda ahora celosamente en el cajón de su buró. De vez en cuando lo destapa y aspira con fruición el vago olor marino que sale del polvillo. Ya no le pide amor a su remisa esposa. Decía un antiguo dicho: carta que no llega, y mujer que se va, no hay que buscarlas. Ahora lo único que espera es que regrese el sueño. Ese sueño ha sido la más hermosa realidad de su vida. En la oficina pierde la mirada en el vacío ante la extrañeza de sus compañeros, que lo tienen por hombre formal incapaz de imaginación. Despierto, sigue soñando don Frustracio. Evoca la escena, tan cinematográfica que parece verdadera, de la playa, el mar, el cielo, los hipocampos, la estrella marinera, las algas y la arena, el pez espada y el delfín. Y Deborah Kerr, que lo besa apasionadamente y se le ofrece como Circe, como Penélope, como Nausícaa. Ahora para este infeliz señor, tan feliz, la realidad es un confuso sueño, y el sueño una concreta realidad. Cada noche, tan pronto su mujer se queda dormida, él apaga la luz; sin hacer ruido saca del cajón del buró el frasquito con arena y lo oprime en su mano. Luego cierra los ojos y espera. Y no sabe si está dormido o despierto cuando llega Deborah Kerr y se tiende a su lado sobre la arena, junto al mar. FIN.