martes, 15 de septiembre de 2015

septiembre 15, 2015
Carlos Loret de Mola / Historias de reportero

La fotografía de Aylan, un niño sirio de tres años arrojado por el mar en una playa de Turquía, sacudió al mundo. Le exhibió que no puede permanecer inerte ante la crisis humanitaria que se vive en Europa y Medio Oriente por los crecientes flujos de migrantes provenientes de Siria, Irak, Eritrea, Afganistán y otros países consumidos por la violencia.

Las imágenes de migrantes llegando a Austria y Hungría han sido también devastadoras: un tráiler con 73 personas asfixiadas, niños entre ellas; tres refugiados —papá, mamá, bebé— yaciendo entre las vías del tren pero aferrados a ellas para evitar la deportación. Los naufragios en el Mediterráneo ocurren cada semana.

Desde la Segunda Guerra Mundial no había tantas personas buscando asilo en Europa.


La Unión Europea ha sido incapaz de contener el problema porque, a pesar de ser considerada como modelo global de instituciones internacionales y políticas humanitarias, está dividida y cada vez más debilitada. Hungría y Alemania son los extremos de esta polarización.

Hungría blandiendo un nacionalismo salvaje —“nuestra civilización cristiana corre peligro por la llegada masiva de musulmanes”, dijo su primer ministro— construye un muro, refuerza su frontera con cientos de policías, penaliza en sus leyes la migración, cierra las estaciones de trenes para evitar el traslado de refugiados obligándolos a caminar hasta 240 kilómetros para recibir albergue.

En cambio, en Alemania los reciben con aplausos, ropa, agua, comida y juguetes, asignaron 6 mil millones de euros para ayudarlos y hasta las estrellas del futbol salen a la cancha tomados de la mano de niños sirios. Su canciller Ángela Merkel ha sido clave en que Europa se haga responsable de la crisis y de que los flujos de refugiados se repartan con equidad entre los países de la Unión. Pero es tal la oleada de llegadas que el pasado fin de semana impuso controles de entrada en su frontera con Austria. Dice que es para ordenar el flujo de personas. De 200 mil refugiados que recibió el año pasado, calcula que al final de 2015 habrá aceptado a 800 mil personas.

México ha vivido, vive en alguna medida, lo que Europa experimenta estos días.

En estos meses críticos, Europa ha recibido a cosa de 400 mil migrantes. La misma cifra de centroamericanos que se calcula pasaron por México rumbo a Estados Unidos en el año pico, 2005, muchos de ellos expulsados de países con una violencia atroz, como Honduras o El Salvador, ya sin contar a los mexicanos que huyen de la narcoviolencia. Y nada más el año pasado Estados Unidos deportó hacia México a 100 mil menores de edad por sus leyes antiinmigrantes.

Las imágenes que han golpeado a la opinión pública mundial en Europa son similares a las que hemos visto en México: niños y mujeres jugándose la vida para abordar el tren La Bestia, autoridades mexicanas extorsionando a los sin papeles, “la migra” que los recibe a balazos en la frontera, asfixiados en camiones, separadas las familias.

La crisis de refugiados por la que atraviesa Europa le recuerda a México que tiene que poner un alto a los abusos a los migrantes en tránsito, que han sido denunciados hasta la saciedad.

México, especialmente su gobierno en sus políticas públicas, debe decidir si ante la crisis doméstica quiere verse en la historia como Hungría o como la Alemania de hoy.

historiasreportero@gmail.com