jueves, 6 de agosto de 2015

agosto 06, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Dos errores. La esposa de Capronio llegó hecha un mar de lágrimas. “¡Murió mi mamá!” -gimió con acento dolorido. De inmediato Capronio echó mano a la cartera, le entregó lo que traía en ella y le dijo: “Compra todas las coronas que quieras”. La señora, llena de emoción, exclamó conmovida: “¡Gracias! ¡Gracias!”. Añadió Capronio: “Si no encuentras coronas trae tecates”. Comentó Pepito: “Mi papá me pide que diga siempre la verdad. No sé cómo tomar eso viniendo del que me habló de Santoclós, del ratón de los dientes y de la coneja de la Pascua”. El joven Leovigildo hizo una cita por teléfono con una chica a la que no había visto nunca. Temeroso de que la muchacha resultara ser un adefesio consultó el caso con un amigo suyo, experto en citas a ciegas. “No te preocupes-le dijo el consejero-. Si la chica es fea, cuando la veas finge que te dio un súbito ataque respiratorio. Haz: ‘¡Arrgh, uggh, agggh, oggh!’; luego discúlpate y vete”. Llegó pues el galán a la casa de la chica y tocó el timbre. Abrió la puerta la muchacha, vio a Leovigildo e hizo: “¡Arrgh, uggh, agggh, oggh!”. Lejos de mí la temeraria idea de criticar al primer magistrado de la Nación. Cualquier juicio que arriesgara sobre él sería temerario. Mejor sería hacer como aquel político que al tomar la palabra después del mandatario en turno dijo: “Tócame en suerte coincidir con el señor Presidente”. Me atrevo, sin embargo, a sugerirle a Peña Nieto -tímidamente, claro- que ponga más cuidado en sus intervenciones oratorias. Recuerdo con nostalgia el tiempo en que los presidentes mexicanos jamás improvisaban sus discursos, pues sabían el peso que tenían sus palabras. Últimamente el jefe del Ejecutivo ha incurrido en dos errores. 

José Antonio Fernández Carbajal (a) "El Diablo" estrecha la mano de Peña Nieto en la inauguración del Estadio de Club de Futbol Monterrey. (Galería fotográfica en este enlace).

El primero lo cometió al inaugurar el nuevo estadio -por cierto de nombre impronunciable: bebé uvea, o algo así- del equipo Rayados de futbol, en Monterrey. Esa inauguración se hizo a puerta cerrada y con las tribunas vacías, seguramente para evitarle al ilustre visitante, junto con el todavía gobernador Medina, una silbatina que de seguro habría sido mayor que la que hubo de oír Díaz Ordaz al poner en marcha la Olimpiada del 68. Al referirse a José Antonio Fernández, presidente del consejo de administración de Femsa, Peña Nieto lo llamó José Antonio González. El sonido más hermoso que cada persona puede oír es el de su propio nombre, de modo que equivocarlo no es yerro menor, sobre todo si hay otro personaje destacado con el mismo nombre, en este caso José Antonio González Treviño, quien fue excelente rector de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Otro dislate cometió el Presidente pasados unos días: El de decir que hay otros países que están peor que el nuestro. No dudo que en ese caso se encuentren Azerbaiyán, Burundi, Cabo Verde, Chad, Dominica, Eritrea, Fidji, Guinea Ecuatorial, Haití, Islas Salomón, Jamaica, Kiribati, Lesoto, Mauritania, Nauru, Omán, Palaos, Quatar, Ruanda, Suazilandia, Togo, Uzbekistán, Vanuato, Yibuti y Zimbabue, pero pienso que no nos debemos comparar con los que están peor, sino con los que están mejor, y trabajar para estar al nivel de ellos. Ya se sabe a quiénes consuela el mal de muchos; no hemos de colocarnos en esa tesitura. Ojalá el señor Presidente ponga mayor cuidado al hablar que el que pongo yo al escribir. Afrodiso Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, les contó a sus amigos: “Un médico me puso a correr”. Preguntó uno: “¿Porque debes hacer ejercicio?”. “No -repuso el salaz individuo-. Porque me halló con su mujer”. No diré que don Madano es muy gordo, pero el otro día cedió su asiento en el autobús a tres mujeres. Don Poseidón, granjero acomodado, fue a la ciudad con su mujer, doña Holofernes. En la cafetería del hotel pidieron algo que nunca habían probado: Hot dogs. Vio el suyo don Poseidón y le preguntó con inquietud a su señora: “¿Qué parte del perro te tocó a ti?”. Bucolito, niño campesino, llegó tarde a la escuela. El maestro le preguntó por qué. “La vaca está en celo -respondió el pequeño-, y tuve que llevarle al toro”. Inquirió el mentor: “¿Y qué eso no lo puede hacer tu papá?”. “No, profesor -contestó el niño-. Tiene que ser el toro”. FIN.