miércoles, 26 de agosto de 2015

agosto 26, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Acto de sevicia. La madama de cierto lupanar les anunció a sus clientes que había contratado a una nueva suripanta. La tal pupila era una mujerona de estatura desmesurada y formidable corpachón capaz de resistir sin despeinarse -así dijo la doña- los más fuertes embates de cualquier varón. Ofreció la mamasanta un premio de mil pesos a quien hiciera gritar a su daifa en el curso del acto fornicario. Tres aspirantes se inscribieron: El estadounidense Killer Jack, tackle de futbol americano; el japonés Coo Lon, luchador de sumo, y Pancho el mexicano, que causó la risa de la concurrencia por su estatura desmedrada y su cuerpecillo enteco. Jack y Coo no consiguieron hacer gritar a la fornida meretriz. Pancho, en cambio, le arrancó clamorosos gritos y wagnerianos ululatos. Los amigos del vencedor le preguntaron cómo había logrado hacer gritar a la giganta. Respondió el mexicano con una gran sonrisa: “Me puse chile en la alusiva parte”. (Nota: Y al parecer era habanero). A sus 80 años don Geroncio tuvo un sueño húmedo. Se quedó dormido en la tina de baño. Hago del conocimiento de mis cuatro lectores que al final de esta seccioncilla viene un cuento de tal manera rojo que alcanza tonalidades púrpuras. Sometí ese chiste a la consideración de doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, y su sola lectura le provocó a la ilustre dama un episodio de disentería fuliginosa semejante a la que sufren los nativos de las Islas de la Reunión. Quien no quiera arriesgarse a experimentar un quebranto semejante debe abstenerse de poner los ojos en esa badomía. Hay una palabra poco usada, pero muy expresiva: Sevicia. Significa crueldad excesiva; trato innecesariamente riguroso. Pienso que el Gobierno federal está actuando con sevicia en el caso de Elba Esther Gordillo. La señora, de sobra está decirlo, no es una hermana de la caridad. En su tiempo representó lo peor del sindicalismo mexicano. Usó en su beneficio recursos de los maestros a quienes representaba; actuó siempre con altanería y prepotencia; sus caprichos eran incontrastables, omnímodo su poder. Y sin embargo su prisión fue resultado de un acto arbitrario del Presidente en turno, de una acción política que no resiste el menor análisis jurídico. Se acusa a la señora de haber distraído o malversado fondos del sindicato magisterial, pero ninguna denuncia de la parte afectada hay en su contra. En un país de leyes -no de reyes sexenales- esa señora, con todos sus defectos y sus tachas, ya estaría libre por fallas graves en el procedimiento. Ahora se le niega el beneficio de la prisión domiciliaria. Se pone como causa para fundar esa negativa el hecho de que no hay un dictamen pericial que asegure que la Gordillo no escapará de su detención. ¿Puede algún peritaje determinar la intención de una persona, sus ocultos propósitos, el rumbo que tomará su voluntad? La edad de la señora, su estado de salud y sus circunstancias personales hacen difícil, si no imposible, cualquier escapatoria. Si se fugara sería fácilmente reaprehendida. Mantener en prisión a esta mujer es entonces un acto de sevicia. En condiciones de legalidad esto la haría víctima de un rigor excesivo, pero la falta de fundamento jurídico para tenerla privada de su libertad hace que el impedirle estar en su domicilio constituya un cruel exceso que debería merecer la atención de los organismos encargados de defender los derechos humanos. A la ilegalidad y falta de justicia no se debe añadir la saña derivada una venganza oficialista. Viene ahora el deplorable cuento que arriba se anunció. En círculo de amigas las señoras comentaban las diversas disfunciones que en materia de sexualidad presentaban sus respectivos cónyuges. Una de las mujeres dijo que su esposo era 100% impotente. “El caso de mi marido es peor -declaró otra-. Él es 300% impotente”. Le preguntaron: “¿Cómo puede ser 300% impotente?”. Explicó la señora: “Aquello no le funciona. Se lastimó las manos y las trae vendadas. Y ayer se quemó al tomarse el chocolate”... (No le entendí). FIN.