sábado, 15 de agosto de 2015

agosto 15, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Donald Trump. Al poco tiempo de casada una joven mujer su embarazó. Meses después su ginecólogo le dio la gratísima noticia de que sería madre de mellizos. Cuando se cumplió la fecha del parto el doctor de la señora se hallaba fuera de la ciudad, y su esposo llamó a otro médico para que asistiera en el alumbramiento a su mujer. Llegado el momento nació el primer niño. El doctor lo tomó por los pies, lo levantó en el aire y le dio la nalgadita de rigor para que empezara a respirar. El niño no lo hizo. Otro golpe más fuerte. Nada. Otro, y otro más. El bebé no respiraba. El médico, alarmado, zarandeó con fuerza a la criatura y le propinó varias nalgadas más. Por fin el recién nacido soltó el grito, lloró, y empezó a respirar normalmente. El galeno puso al crío en brazos de una enfermera y se dispuso a esperar la aparición del otro. Pero el segundo bebé no nacía. "Señora -le preguntó el médico a la parturienta-, ¿quién le dijo que iba a tener mellizos?". "Mi ginecólogo, doctor -respondió, inquieta, la señora-. Todas las pruebas indicaron que estaba yo esperando gemelos". "Pues hubo algún error -dictaminó el facultativo-. Si hubiera usted concebido mellizos ya habría nacido el otro. De modo que perdóneme: tengo otras pacientes que atender y no puedo esperar más". Y así diciendo abandonó la sala de partos. Mal había cerrado la puerta cuando hizo su aparición el otro niño, que era nada menos y nada más que Pepito. La señora, estupefacta, le preguntó: "¿Por qué no nacías?". Respondió Pepito: "Estaba esperando a que se fuera ese güey. Al indejo de mi hermano se le ocurrió salir, y ya ves cómo lo agarró a fregadazos". El abuelo le dijo a su nieto que un caballero nunca debe estar sentado cuando una dama está de pie. Inquirió el pequeño: "¿Y entonces por qué en el retrato de bodas tú estás sentado y mi abuelita está de pie?". Explicó el señor: "Es que esa foto nos la tomaron al día siguiente de nuestra noche de bodas, y esa mañana ni tu abuela podía sentarse ni yo tenía fuerzas para estar de pie". Creo en la esencial vocación de bien de la criatura humana. Desde ese punto de vista comulgo más con Rousseau, el inventor del salvaje inocente, que con San Pablo, propugnador de la doctrina del pecado original. Admito, sin embargo, que hay hombres malos capaces de infundir en otros su maldad. Donald Trump es uno de esos perversos especímenes de los cuales la humanidad debe sentirse avergonzada. Ahora que lo pienso, a lo mejor ese estúpido sujeto ni siquiera alcanza la categoría del mal, que después de todo algo tiene de luciferino. Quizá lo suyo es mera imbecilidad, ansia de sobresalir y obtener ventajas personales a base del escándalo y de la explotación de los prejuicios y fobias de los ignorantes. No creo que el Partido Republicano llegue al extremo de postularlo como su candidato a la presidencia de Estados Unidos. Eso sería tocar los límites de la indecencia, y haría retroceder varias décadas a un país que a pesar de sus fallas y defectos ha mantenido la lucha contra el racismo y la discriminación. Confío en que los republicanos -y los norteamericanos todos- se quitarán de encima ese feo forúnculo que brotó repentinamente en su vida nacional. El nuevo director del manicomio recibía el saludo de los internos. Dijo uno: "Soy Napoleón, para servirle". Dijo otro: "Soy Napoleón, a su órdenes". Dijo un tercero: "Soy Napoleón, para lo que guste usted mandar". Todavía llegó uno más y se presentó en la misma forma: "Soy Napoleón, su atento y seguro servidor". Habló, divertido, el funcionario: "No es posible que haya aquí cuatro Napoleones. Sólo uno de ustedes puede ser Napoleón". Se adelantó una mujer y dijo: "Disculpe mi atrevimiento, señor director. Debe usted respetar la identidad de los internos. Si esos cuatro hombres quieren ser Napoleón, nada les debe impedir que lo sean. Es muy importante aceptar su personalidad, la forma en que cada uno de ellos se percibe". El director se apenó: "Reconozco mi equivocación, señora. Debo ser más cuidadoso en el trato con los internos. Habrá aquí cuatro Napoleones. Pero dígame: ¿quién es usted?". Se irguió majestuosa la mujer y respondió: "Soy Josefina". (Aprovechada. Quería cuatro viejos pa' ella sola). FIN.