domingo, 9 de agosto de 2015

agosto 09, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Fatal error. Simpliciano, joven varón sin ciencia de la vida, visitó a Pirulina en su departamento. Apenas se sentaron en el amplio y cómodo diván ella apagó las luces de la habitación. Dijo el candoroso muchacho: “¿Es para ahorrar energía?”. “No —respondió Pirulina sonriendo con salacidad—. Es para quitarte toda la que traigas”… Dos señoras de la ciudad fueron a una florería de barrio, pues les dijeron que ahí vendían flores bonitas y baratas. Se encontraron con que la tal florería se dedicaba a hacer coronas fúnebres. Ahí estaban cuando les vino en gana una necesidad menor. Fueron al baño, y en eso se apagó la luz. Como pudieron se las arreglaron y volvieron después a sus respectivas casas. Al día siguiente los maridos de las señoras conversaban. Uno le dijo al otro: “¿A dónde irían ayer nuestras esposas? Mi mujer llegó a la casa con una flor en la entrepierna”. “Eso no es nada —masculló el amigo—. La mía traía ahí mismo un listón de seda que decía: ‘Descansa en paz. Siempre te recordaremos’”… Capronio estaba haciendo su maleta. Antes de cerrarla metió en ella un misal. Su compañero de cuarto le preguntó: “¿A dónde vas?”. “A Las Vegas —respondió él—. No he estado nunca ahí, pero me dicen que es una ciudad de vicio y de pecado: juego; licores; shows con mujeres desnudas; sex shops, y tantas prostitutas que puedes llevarte una cada noche a tu habitación, y hasta dos o tres si quieres”. Volvió a preguntar el otro, extrañado: “¿Y por qué llevas un misal?”. Explicó el tal Capronio: “Porque si Las Vegas es como dicen me quedaré ahí hasta el domingo”… Un camión cargado de Viagra cayó en el río. Ahora los puentes que se levantan para que pasen los barcos no se bajan… Don Chinguetas y su esposa doña Macalota cumplieron 30 años de casados. Jamás recordaba él esos aniversarios, pero  ése era tan importante que no pudo evitar tenerlo en mente, sobre todo por las constantes insinuaciones de su cónyuge. Le prometió: “Cuando llegue la fecha te llevaré a cenar en el mejor restorán de la ciudad”. En efecto, el día del aniversario don Chinguetas le dijo a su mujer antes de irse a trabajar: “Prepárate, mi amor. Hoy en la noche iremos a cenar en restorán de lujo. Después te llevaré a bailar. Luego disfrutaremos alguna una buena variedad, y finalmente, ya en la casa, a ver que más se nos ocurre, pues hace casi un año que no se nos ocurre nada”. Doña Gorgolota se puso feliz. Fue a una sala de belleza y pidió tratamiento completo: masaje facial y corporal; manicura y arreglo de los pies; pintura de cabello y uñas; peinado; maquillaje; todo. Salió hecha un brazo de mar y fue a su casa a esperar a su marido. Pero —¡oh destino aciago!— don Chinguetas cometió el fatal error de decirles a sus amigos lo del aniversario. Opinaron todos: “¡Esto merece una celebración!”. Y después de mínima resistencia por parte del matrimoniado se encaminaron al más cercano bar. “Nomás una” —dijeron. No fue una: fueron dos, y tres, y cuatro, y muchas más. Cuando en medio de la interpretación coral de la canción “Hermoso Cariño” don Chinguetas vio el reloj, se dio cuenta espantado de que eran ya las 3 de la mañana. A toda prisa se dirigió a su casa. Al bajar del coche oyó un ruido sibilante: “Tssssssssss”. Pensó: “Se le está saliendo el aire a una llanta”. Revisó las cuatro; estaban bien. Y se seguía oyendo el ruido: “Tssssssssss”. Se dijo: “Dejarían abierta la manguera”. Pero no: la manguera estaba cerrada. Y el extraño ruido continuaba: “Tssssssssss”. “¡Dios mío! —exclamó entonces con alarma-. ¡Es el gas de la estufa!”. Entró en la casa, fue a la cocina y revisó la estufa. Estaba en orden. Y sin embargo seguía aquel sonido: “Tssssssssss”. Supuso entonces: “Ha de ser un grifo del baño de visitas”. Fue, y tampoco el ruido salía de ahí. En absoluto silencio escuchó: “Tssssssssss”. El ruido parecía provenir de la parte de arriba de la casa. Uno por uno fue subiendo los peldaños de la escalera. Advirtió entonces que el sonido salía de la recámara. ¿Qué podía ser aquel silbo misterioso, aquel extraño susurro que no podía identificar? Entró en la alcoba, cauteloso. Y ahí estaba doña Gorgolota, vestida todavía, sentada en un sillón, bolsa en mano, en actitud de espera. Cuando entró don Chinguetas  le dijo entre dientes con acento de infinito rencor y odio terrible: “¡Tsssssssss-ingas a tu madre!”… FIN.