domingo, 5 de julio de 2015

julio 05, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Gran amante. Pitocles, poeta de Roma, fue condenado a muerte por haberle faltado al respeto a Nerón. Sucede que el emperador escribió una Oda a la Madre en versos yámbicos tan malos que Pitocles le dijo sin poderse contener: “Está bien que hagas versos, pero no odas”. Eso enfureció a Enobarbo -así llamaban a Nerón por tener roja la barba-, y ordenó que el bardo fuera arrojado a los leones en el siguiente Festival de la Cultura Latina. Comentó: “Las fieras no saben que es poeta, y así no tendrán ningún reparo en comérselo”. Al conocer la terrible sentencia las mujeres se afligieron, pues Pitocles era un gran amante, supereminentemente dotado y diestro en todas las artes de Afrodita. Rara era la romana que no había gozado la viripotencia de aquel toroso másculo. Así pues formaron una comisión a fin de hablar con el emperador y pedirle clemencia para él. Las escuchó Nerón entre bostezos y luego respondió: “No puedo retroceder, y menos aún echarme para atrás. La sentencia está dictada y no admite apelación. ‘Iudex non debet lege clementior esse’. El juez no debe ser más clemente que la ley. Además ‘Pulchra mulier nuda erit quam purpurata pulchrior’. Una mujer hermosa se ve mejor desnuda que vestida de púrpura. Eso es de Plauto, y está muy bien dicho aunque no tenga nada que ver con la cuestión que nos ocupa. El condenado Pitocles condenado está. Idos a vuestros quehaceres mujeriles y a mí dejadme en paz. Tratar de convencerme es ‘mulgere hircum’, como tratar de ordeñar un chivo”. Las comisionadas, pesarosas, se encaminaron a la puerta. Dijo una con voz triste: “Lástima grande que Pitocles muera. A más de inspirado poeta es formidable semental, el mayor del Lacio. Ni diez mujeres bastan a dejarlo lacio”. Nerón alcanzó a escuchar aquello y detuvo a las señoras. “A ver, a ver, a ver -dijo con interés notorio-. ¿Cómo está eso de que Pitocles puede yogar con diez mujeres seguidas y mantenerse firme?”. Replicó la que había hablado: “Diez no son nada. En cierta ocasión dejó ahítas a cincuenta, y él quedó fresco y pimpante”. “Vaya, vaya, vaya -ponderó el emperador poniéndose una mano en el mentón-. Eso podría servir de diversión al pueblo, ahora que todavía no hay futbol. Ordenaré que se lleve a cabo un espectáculo en el Coliseo. Si Pitocles logra hacerles el amor a cien mujeres, una tras otra, le perdonaré la vida”. Se llevó a cabo la función. Un centenar de voluntarias se ofrecieron para participar en ella. Por cierto las primeras que se anotaron fueron Agripina, la mamá de Nerón, y Popea, su esposa, pero el emperador les dijo que no podían participar en el concurso por ser familiares del organizador. El circo romano se llenó con una ansiosa multitud. Salieron las cien mujeres y el público las saludó con un cortés aplauso. Cuando Pitocles apareció en la arena, sin embargo, se oyó una ovación atronadora. “¡Forza, Italia!”, clamó la plebe enardecida al tiempo que hacía la ola. En el centro del coso se había puesto un lecho. Sin esforzarse nada Pitocles despachó a diez mujeres, veinte, treinta. Llegó a la número 50 sin siquiera despeinarse. Tras hacerle el amor a la 60 pidió un vaso de vino, cosa que preocupó a los aficionados. Al terminar con la número 80 dio señales de fatiga. Se hizo un hondo silencio cuando al llegar a la 90 se vio que a Pitocles se le estaban acabando las fuerzas. Con fatigas dio cuenta de la 91. En la 92 se mostró extenuado, y más en la 93. Batalló bastante para cumplir con la 94. En la 95 tuvo que esforzarse considerablemente. El público estaba en suspenso. La número 96 representó para él un desafío en el cual tuvo que empeñar los últimos arrestos que le quedaban. Casi no pudo ya con la mujer número 97. Al terminar con la 98 pareció que se iba a desplomar. Reunió todas sus fuerzas, sin embargo, y haciendo un sobrehumano esfuerzo fue capaz de hacerle el amor a la 99. Cuando llegó la número 100 Pitocles ya no pudo más. Cayó de espaldas en el lecho, y con los brazos rechazó a la bella mujer que se le ofrecía. Entonces un individuo gritó a todo pulmón desde la última fila: “¡Ése es maricón!”… FIN.