miércoles, 1 de julio de 2015

julio 01, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Grata visita. En unión ¡Increíble! Doña Tebaida Tridua, censora de la pública moral, se amparó contra la aparición aquí de "El cuento más pelado del primer semestre del año", y le fue concedido ese recurso. La autoridad judicial adujo que en virtud de que ocupo un espacio en el territorio mexicano, cuyo dominio corresponde a la Nación, soy susceptible de que alguien se ampare por algún acto mío. (Espero que no por cualquiera). Aun así daré a conocer ese execrable cuento el próximo viernes, llueve, truene o relampaguee. Y aquí no habrá CNTE que me haga recular, aunque se escuche feo. Pepito le pidió a su papá que lo llevara a comprar un iPad. "No tengo dinero" - respondió el señor. "Yo sí tengo" -declaró el chiquillo. Y se sacó del bolsillo un grueso fajo de billetes. "¿De dónde sacaste ese dinero?" -preguntó su padre, inquieto y asombrado. Contestó el muchachillo: "De mis horas en el jardín". "¿Cómo que de tus horas en el jardín?" -inquirió el progenitor sin entender. "Sí -explicó Pepito-. Cada vez que sales viene el vecino con mi mamá y me dice: 'Ten estos 100 pesos y vete una hora al jardín'". (Nota: y el iPad costaba 10 mil pesos; nomás échenle números). Don Valetu di Nario, señor de muchos años, contrajo matrimonio con Pomponona, mujer en flor de vida y rica en atributos corporales. Al empezar la noche nupcial el maduro galán le dijo a su frondosa novia: "Puede ser que esta noche tenga yo algunos problemas debidos a mi edad. Tú me comprendes". "No se preocupe -le contestó Pomponona, que aún no se animaba a tutear a su añoso marido-. Yo entenderé". Empezaron las acciones, y don Valetu, ante el asombro de su desposada, cumplió como los meros buenos. No sólo eso: apenas había pasado un cuarto de hora del primer himeneo cuando asegundó con otro aún mejor que el anterior. La bien guarnida novia se disponía a dormir, exhausta y satisfecha, cuando sintió que don Valetu la requería de nuevo. "Pero, señor -le dijo-. Ya me hizo usted el amor dos veces antes". "¿Lo ves, hermosa? -respondió con tristeza el veterano-. Te dije que iba a tener problemas. ¡Se me olvidan las cosas!". En el bar una mujer rechazó a Babalucas. Le dijo: "Soy lesbiana". "¿Ah sí? -se interesó el badulaque-. Y ¿de qué parte de Lesbia eres?".Yo amo a España. De ella guardo recuerdos entrañables. (¿Existirá todavía el Hotel Lope de Vega, de Madrid, cuya puerta era cerrada por la noche -hablo de tiempos del franquismo- y había que llamar con palmadas al sereno para que la abriera?). A los 20 años hice el camino de Santiago guiado por Walter Starkie, aquel irlandés loco de música, de poesía y de amor. Vi en un espejo -¡oh!- Las Meninas de Velázquez, que no es una pintura, sino La Pintura. A ese cuadro, si lo permitiera la autoridad del Prado, se podría entrar como a una sala más del museo. Todavía pude visitar la Cueva de Altamira. Pensé en una sinfonía de Mahler cuando vi recortado en el cielo el perfil de Montserrat. Sentí las sombras y el sol de Andalucía. Las sombras ya se fueron; el sol me da todavía su luz y su calor. En Santander vi actuar a Paco Rabal. Miré de muy lejos los Picos de Europa, y de muy cerca a la Covadonga. Y a otra Virgen vi: la de la Paloma. Al paso de su procesión grité sin poderme contener, inspirado por mi devoción mariana y por media botella de un robusto tinto: "¡La Virgen de Guadalupe, de México, saluda a la Virgen de la Paloma, de Madrid!". Aplaudió la gente; un clérigo me hizo seña de que me incorporara al cortejo, y entré en el templo de la Señora al mismo tiempo que Ella. (Por favor, señores editores, no le quiten la mayúscula a Ella). Por todos esos recuerdos amo a España, a pesar de los olvidos de muchos. Celebro entonces la visita de los reyes a México. Muy bien se vieron ellos, y muy bien igualmente se miraron el Presidente Peña, a pesar de su reciente operación, y la Primera Dama -yo uso todavía ese título, evocador de otros tiempos menos enconados y más caballerescos-, que lució bellísima y discreta. Sirva esta visita, tan grata y significativa, para unirnos más con un pueblo del que nada puede separarnos. FIN.