martes, 23 de junio de 2015

junio 23, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Todo era perfecto, maravilloso todo. ¿Su vida? Un sueño color de rosa, como dice la gente. Ella era bonita, la más bonita de toda la secundaria. Sus amigas la envidiaban. Especialmente la Piti no podía tolerar su popularidad entre los chicos, que se disputaban el honor de ofrecerle un refresco y golosinas en el recreo, y luego de cargarle la mochila a la salida de la escuela. Sus maestros la felicitaban por su inteligencia, le auguraban un brillante porvenir. Era el orgullo de su mamá, las vecinas de la colonia la ponían de ejemplo a sus hijas. La saludaban con cariño al encontrarla en la calle o en la parada del autobús. Le decían que era muy linda, muy estudiosa, y además nada presumida, antes bien muy educada, y tan sencilla. Todas la querían para novia de uno de sus hijos. Le decían a su mamá: “Resérvamela para mi Toño”. O: “Guárdamela para mi Pedro”, o: “Ahí te la encargo para mi Luis”. Su mamá reía y contestaba: “Díganselo a ella”. Y ella reía también, feliz por verse tan solicitada. No le gustaba ningún chico en particular. Bueno, sí: Le gustaba Ricardo, ese muchacho alto, moreno, de cabello rizado, ancho de espaldas. A él ella le gustaba también, y cuando se encontraban le sacaba plática y la piropeaba: Era guapa, simpática; se parecía mucho a una artista de telenovelas. Ella le contestaba: “¡Anda, mentiroso!”. Uno de esos días, al despedirse, Ricardo le dijo: “Nada más estoy esperando a que cumplas los 15 años para decirte algo”. De seguro le iba a pedir que fuera su novia. Ella no le diría que sí inmediatamente. Le contestaría que necesitaba pensarlo, le pediría que no la apresurara, que le diera algunos días para decidir. Luego le respondería aceptándolo. Él se pondría muy contento. Le tomaría las manos y le preguntaría si podía besarla. Ella no contestaría, pero acercaría su rostro al de él. ¿Cómo sería ese primer beso? Casi lo sentía en los labios como una llama. Los fuertes brazos de Ricardo la rodeaban, y eran una muralla que la protegería de todos los peligros. ¿Dónde había leído eso de los brazos como una muralla? No recordaba dónde, pero la frase le gustaba. Serían novios, ya no se separarían nunca. Él la presentaría a sus papás, que se pondrían felices con aquel noviazgo. Tendrían que esperar un tiempo, desde luego. Harían la prepa, y luego estudiarían una carrera. Él le había dicho alguna vez que quería ser ingeniero. A ella le gustaba la comunicación. Saldría en la tele dando las noticias o el pronóstico del tiempo, tendría su propio programa; sería famosa. Él triunfaría en su profesión. Haría puentes y carreteras, construiría edificios. Ya no vivirían en la colonia, claro. Comprarían una casa en un sector elegante de la ciudad, sus hijos estudiarían en colegios caros. Ella iría en automóvil con chofer, luciría vestidos caros; usaría zapatos de lujo y bolsas de marca. A más de bella y popular sería rica. Pero no por eso se olvidaría de sus amigas y de sus compañeros ni de la gente de la colonia en que creció. De vez en cuando los visitaría, llevaría libros y artículos deportivos a su escuela; todos querrían retratarse con ella. A su mamá le regalaría una casa, la mejor del barrio, y estaría pendiente de que nunca le faltara nada. ¡Qué felices serían todos! Ella, su mamá, Ricardo y sus padres, sus hijos. Viajarían, conocerían el mundo. Sus vacaciones serían en la playa, o en esos lugares de Estados Unidos donde la gente iba a esquiar en la nieve. Pero eso sería después, una continuación de la felicidad que sentía ahora por ser bonita, inteligente, popular, querida por todos, estudiosa, orgullo de su mamá, envidia de sus compañeras -especialmente de la Piti-, y futura novia de Ricardo. ¡Qué hermosa era la vida! A sus 15 años, un sueño de color de rosa. Todo perfecto, maravilloso todo. En ese momento se abrió la puerta del cuartucho de tablas en que vivía con su mamá y su padrastro. El hombre entró en calzoncillo y camiseta, descalzo, sudoroso, trastabillando, panzudo, oliendo a alcohol. Entró como hacía siempre cuando no estaba su mujer y la niña se quedaba sola. Ella, temblorosa, fijó la vista en el techo de lámina y dejó de imaginar todo aquello que había estado imaginando... FIN.