martes, 30 de junio de 2015

junio 30, 2015
Historias de reportero | Carlos Loret de Mola Álvarez

Cada vez que habla de Rodrigo Medina, El Bronco le baja dos rayitas: en campaña prometió meterlo a la cárcel, al día siguiente de ganar las elecciones matizó que sólo si había robado y después de que ambos se reunieron simplemente anunció una investigación.

Muchas veces el gobierno son los seis años que tiene el político para enmendar lo que dijo durante los tres meses de campaña. No sé si El Bronco se puede dar ese lujo.

Jaime Rodríguez, personajazo, ha generado altísimas expectativas en la población. Estar a la altura de ellas es complicadísimo para cualquier gobernante. Ejemplos sobran.

Una de esas expectativas es acabar con la corrupción, y para los nuevoleoneses, la corrupción se llama Rodrigo Medina, el priísta gobernador saliente. Si el nuevo mandatario estatal decide no apresarlo, un sector de sus votantes sufrirá una dura decepción. Si El Bronco ni siquiera logra el encarcelamiento del papá de Medina —operador estrella, acusado de todas las tropelías— el desencanto será aún mayor.


Eso puede costarle en su popularidad. Y El Bronco tiene en ella una de sus fortalezas centrales para gobernar. Un Bronco impopular, sin partido, sin bancadas en los Congresos estatal y federal, es un Bronco que tendrá problemas para ser exitoso en su administración.


Desde luego que la popularidad no es la única ficha en su bolsillo.

Le respaldan grupos económicos nuevoleoneses de gran peso nacional, como algunos de los más poderosos empresarios de Nuevo León: Eduardo Garza T., de Grupo Frisa, y José Antonio Fernández Carvajal, de Femsa, (éste último lo ha negado). También lo apoyó Alfonso Romo, de Pulsar, y otros capitalistas de esa talla que hace tres años impulsaron la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador.

Mediáticamente estuvo arropado por uno de los grupos de comunicación más influyentes de México, el Grupo Reforma de Alejandro Junco. Sus periódicos Reforma y Mural son muy leídos en la ciudad de México y Guadalajara, respectivamente, y su diario emblema El Norte es aún más poderoso en Nuevo León. El consuegro de Junco, ex secretario de Energía nacional y ex gobernador interino, Fernando Elizondo, declinó a favor de El Bronco durante la campaña, se volvió su número dos y es ahora quien lidera la transición.

Además, el recientísimo priísmo del Bronco (hace unos meses militaba en el PRI) le permite conocer las formas del régimen: mientras atacó con justa fiereza al gobernador Medina, sorprendentemente no se metió con el presidente Peña, y tan pronto resultó electo mandó a Los Pinos todas las señales de que él quería cooperar.

Es cierto que ante la crítica, él es contestón, entrón, pero hasta ahora respetuoso. Es cierto que muchos de sus seguidores y financiadores se instalan en el fanatismo populista que no admite matices hacia su líder, pero también es cierto que en la política real hay factores de peso que pueden favorecerlo.

El atractivo de las candidaturas independientes pasa, en buena medida, por el ácido de su gestión.

SACIAMORBOS. “Mi hijo da los abrazos, y yo los madrazos”, solía presumir el poderoso papá. A estas alturas él también le habrá bajado varias rayitas.

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