lunes, 8 de junio de 2015

junio 08, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Medida inhibitoria. Dos amigas estaban comiendo en un elegante restaurante de la Ciudad de México. Se acercó a su mesa un hombre bien vestido y le dijo a una de ellas: “Disculpe usted, señora. Mi esposa, que está allá, vio su bolsa y le gustó bastante. Me pidió que le preguntara dónde la compró”. Respondió de buena gana la mujer: “La adquirí esta mañana en la tienda Jodesposso’s, que está aquí cerca, a la vuelta de la esquina. Vayan ustedes; tienen otras bolsas parecidas, y del mismo precio”. “Si no es indiscreción -volvió a inquirir el hombre- ¿cuánto le costó la bolsa?”. Contestó la mujer: “Pagué por ella 22 mil pesos”. Se vuelve el señor hacia su esposa y le grita: “¡Vieja! ¡La compró en Nueva York!”. La escasez de agua en aquel pueblo era tan grande que en cinco años no se había celebrado ahí ni un solo bautizo. Entre las muchas, muchísimas estupideces que hubimos de sufrir a lo largo del larguísimo proceso electoral que culminó ayer, una de las más grandes y supinas es la llamada ley seca, disposición obsoleta y anacrónica que debería ya desaparecer. Esa medida inhibitoria se justificaba en los pasados tiempos, cuando las elecciones eran señoreadas por políticos cerriles con pistola al cinto, caciques arrabaleros y matones de puñal. Recuerdo un conciso y preciso epigrama de esa época. Lo hizo, si no recuerdo mal, don Luis Calderón Vega. Dice así: “Barbacoa. / Buen pulquito. / Cito plebe. / Plebiscito”. Entonces sí era necesario evitar la venta de bebidas alcohólicas en día de elecciones, aunque sospecho que la prevención era tan inútil en esos lejanos días como lo es en éstos. Cerca de mi casa -la de ustedes- hay una tienda de conveniencia. El viernes vi ante ella una fila de más de 20 parroquianos, y a otros que salían llevando ya su copiosa dotación de cervezas o licor. Ciertamente los tiempos han cambiado. La gente no se alcoholiza ya en día de elecciones, pues éstas han dejado de ser las batallas campales del ayer y son ahora jornadas civiles -y civilizadas- generalmente ordenadas y pacíficas. Si alguna violencia se presentó ayer seguramente no se debió al alcohol. La llamada ley seca hace de los ciudadanos una especie de incapaces sujetos a la tutela del Estado y de la autoridad electoral, que siguen aplicando por pura rutina una disposición que no tiene ya razón de ser. Y va de anécdota. El presidente Kennedy observó que los cañones con que se disparaban las salvas de honor en algunas ceremonias oficiales de Washington eran atendidos por tres soldados. Uno ponía la carga y otro accionaba el mecanismo del disparo. El tercero no hacía absolutamente nada: Se mantenía en pie, inmóvil y hierático, al lado del cañón. Preguntó por qué era eso, y nadie supo contestar. El Pentágono ordenó una investigación al respecto. Por fin un historiador de asuntos militares dio con la respuesta. Antiguamente los cañones eran tirados por un par de mulas. Cuando el cañón disparaba las acémilas se asustaban, y era necesario que alguien las sostuviera por las bridas para que no salieran a escape. Con el tiempo desaparecieron las mulas, pero por inercia el mulero se quedó, pues el reglamento indicaba que la batería debía ser servida por tres hombres. En el caso de la ley seca ni el mulero ni las mulas han desaparecido. Esperemos que un legislador con buen sentido -alguno debe haber- presente una iniciativa para abolir ese caduco resto del pasado. La mamá de Pepito le avisó a su esposo: “El niño encendió la computadora”. Respondió el papá: “Déjalo, no pasa nada”. “Está bien -cedió la señora-. Pero no te vayas a enojar cuando la destruya el fuego”. Astatrasio Garrajarra y Empédocles Etilez terminaron de beber en la cantina, y acordaron encontrarse ahí mismo un mes después. Llegado el día entró Astatrasio puntualmente en la taberna. Empédocles ya estaba ahí. Le preguntó Astatrasio: “¿A qué horas llegaste?”. Respondió Empédocles, lacónico: “No me he ido”. Una mujer de Londres parió quíntuples. Cuatro de ellos nacieron minutos antes de las 5:00 de la tarde. El otro tuvo que esperar un poco, porque a esa hora la señora tomaba el té. (¡Carajo, por lo que veo hubo hoy aquí ley seca de chistes colorados!). FIN.