jueves, 4 de junio de 2015

junio 04, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


A votar. Viperia estaba haciendo el amor en un motel con un amigo de su esposo. En eso sonó su celular y una voz le informó a la pecatriz que su marido había pasado a mejor vida víctima de un súbito y fatal síncope cardíaco. Viperia se volvió hacia su coime y le dijo alegremente: "¡Buenas noticias, Pitorrango! ¡Ya no estamos cometiendo adulterio!". Pepito terminó de hacer pipí. Al cerrar el zipper de su pantaloncito se pilló su partecita en forma tal que lo hizo lanzar un lastimero grito de dolor. Acudió a la carrera su mamá, y Pepito, entre lágrimas, le contó lo que le había sucedido. Con maternal cariño la señora le puso la mano en la parte dolorida y empezó a recitar: "Sana, sana, colita de rana". "No -gimió el pequeño-. Un besito, un besito". "¡Caramba! -exclamó con asombro la señora-. ¡Cada día te pareces más a tu papá!". (No le entendí). La moral de los países de occidente sufre hoy un serio descalabro con la publicación aquí del chascarrillo intitulado "La sal prieta". Nadie que se precie de decente -dentro de lo que cabe, claro- debe leer ese execrable cuento, capaz de inficionar la entraña misma de la sociedad. Búsquenlo mis cuatro lectores al final de esta columnejilla, pero eviten posar en él los ojos, para no ser contagiados por su inmoralidad. Yo no anularé mi voto por una sencilla razón: porque eso sería anularme a mí mismo como ciudadano. El acto de votar es importante. Es la ocasión más próxima y directa en que los electores podemos expresar nuestra voluntad. Anular el voto es anular esa posibilidad, y al mismo tiempo mostrar un desprecio absoluto y una absoluta desconfianza a todas las personas y a todas las instituciones. Muchas maneras hay de protestar contra ellas. La anulación del voto no dice nada por sí misma, pues se puede interpretar en muy diversas formas: rechazo a los partidos; repudio a los candidatos que en esa elección se presentan; desaprobación del proceso electoral; irritación contra el sistema en general. Las boletas no ofrecen suficiente espacio para razonar debidamente la anulación, de modo que ésta queda librada a la interpretación de los partidos o de la autoridad electoral. Votar puede cambiar las cosas; anular no cambia nada. Y lo que México necesita -y ya- es un cambio. Tenemos ahora candidaturas independientes. Votar por ellas es expresar el hartazgo por la politiquería que padecemos y apoyar activamente -y expresamente- una nueva opción. Ante una nueva posibilidad como ésa, anular el voto es hacer el juego a los partidos dominantes. El próximo domingo iré a votar, no a anular. No a anularme. Sigue ahora el pernicioso chascarrillo "La sal prieta", que anuncié ut supra. Algunos vanidosos hombres suelen poner a su atributo varonil nombres peregrinos. Sé de uno que llama al suyo "Bic", porque no sabe fallar. Otro, que se hizo la vasectomía, apoda a su parte de varón "La sacarina", porque endulza pero no engorda. El protagonista de mi cuento le puso a su masculinidad un cariñoso apelativo: "La prieta". Eso le permitía jugarles a sus amigos una pesada broma. Cuando en el restorán alguno pedía el salero le preguntaba él: "¿Conoces la sal prieta?". El otro respondía que no. Entonces él, dirigiéndose a su entrepierna, le decía: "Sal, Prieta. El señor te quiere conocer". Dicho eso lanzaba una estentórea carcajada, y el amigo quedaba corrido y atufado. No cabe duda: la chocarrería alcanza a veces límites intolerables. Pues bien: sucedió en cierta ocasión
que el dueño de la famosa Prieta y su mujer riñeron por causas baladíes. En todo el día los esposos no se dirigieron la palabra. Cuando llegó la noche, que inspira siempre vagos deseos en el hombre, el marido hizo intentos por buscar la reconciliación, pero la señora rechazó sus aproximaciones. Llegó la hora de ir a la cama, y ambos se acostaron como siempre, uno al lado del otro. La proximidad del deleitoso cuerpo de su mujer hizo que el hombre sintiera el urticante llamado del deseo, tanto que se produjo en él una tumefacción que levantó a manera de carpa la sábana que los cubría. Le dijo él a su parte: "Cálmate, Prieta. ¿No ves que la señora está enojada?". Exclamó la esposa respirando con agitación: "¡Nada, nada! ¡Venga de ahí! ¡Contigo estoy enojada, pero con la Prieta no!". FIN.