domingo, 24 de mayo de 2015

mayo 24, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Culpas. Al día siguiente de la noche de bodas el novio despertó y vio bañada en lágrimas a su flamante mujercita. Le preguntó, alarmado: “¿Por qué lloras, mi vida?”. Respondió ella entre sollozos al tiempo que miraba con aflicción la abatida entrepierna de su esposo: “¡Apenas tenemos un día de casados y ya nos la acabamos!”... Los papás de Pepito lo llevaron con su hermanito al zoológico. Los niños se desconsolaron, pues no pudieron ver a los monos. El guardia les informó a los padres que estaban en su cueva, pues aquella era la época de la reproducción. Les sugirió a los niños: “Échenles cacahuates, a ver si salen”. Probaron a hacer eso, pero los micos no salieron. (Nota: Yo tampoco habría salido, ni aunque me echaran no digo cacahuates, pero ni siquiera cerezas con chocolate o los sabrosos jamoncillos de leche de Saltillo). Esa noche el señor y la señora sintieron el ardor del ímpetu genésico, no movidos por el ejemplo de los cuadrumanos, pero sí por el impulso de la naturaleza, que en todos los seres vivos se presenta. Fueron, pues, a su alcoba y se encerraron. Poco después dijo lloroso el hijo más pequeño: “Quiero a mis papis”. Le aconsejó Pepito: “Échales unos cacahuates, a ver si salen”. El padre Arsilio ideó un piadoso truco para hacer que sus feligreses se arrepintieran de sus culpas y al mismo tiempo se avinieran a dar una limosna para los gastos de la casa parroquial. Vestiría al sacristán de Padre Eterno, con túnica y corona, y haría que se presentara de súbito ante ellos en el oficio de tinieblas y con tonante voz los incitara a confesar públicamente sus pecados y a aflojar los cuartos. Sucedió, sin embargo, que al sacristán no le entró la corona, de modo que tuvo que ponerle únicamente una aureola de papel dorado. Apagó el padre Arsilio las luces de la iglesia, que quedó en una penumbra temerosa. Luego, por medio de una polea o malacate, hizo bajar al sacristán como si llegara de las alturas celestiales. “¡Pecadores! -gritó con estentórea voz el fingido Padre Eterno-. ¡Decidme vuestras culpas ahora mismo en presencia de vuestros hermanos! ¡Sólo así, y previa una limosna de 50 pesos, os daré mi absolución!”. “¡Señor, Señor! -clamó lleno de susto el alcalde del lugar-. ¡Confieso que he metido las manos en las arcas públicas! ¡Perdón, Padre, perdón!”. “Ego te absolvo -dijo el sacristán-. Pero en tu caso la limosna será de 5 mil pesos, más un juego de placas para taxi y una licencia para expender alcohol, ambas cosas a nombre de Pascual Cirio, el sacristán”. Se puso en pie el boticario y proclamó con gemebundo acento: “¡Yo también soy un pecador! ¡Los supuestos remedios que vendo a precio de oro no son más que píldoras de azúcar! ¡Perdóname, Señor!”. “Te perdonaré -dijo el sacristán- si das una limosna de 2 mil 500 pesos y un entrego semanal de Viagra, que será recogido por el ya mencionado sacristán. Te encargo, eso sí, que el Viagra no vaya a ser azúcar pintada de color azul”. En eso se levantó la mujer del sacristán. Ignorante de que el supuesto Padre Eterno era su cónyuge gritó con desgarrada voz: “¡Yo soy la más grande pecadora, Padre Santo, dicho sea sin presumir! ¡Mi especialidad es el adulterio! ¡Por mi culpa mi esposo tiene cuernos!”. Al oír eso el padre Arsilio se volvió hacia el sacristán y le dijo: “¡Mira! ¡Con razón no te entró la corona!”. La linda y joven criadita de la casa resultó embarazada. La muchacha juraba y perjuraba que no sabía por qué. “¡Nunca he hecho cosas, señito! -le dijo entre lágrimas a su patrona-. ¡Ni siquiera tengo novio!”. La señora volteó a ver con mirada de interrogación a su hijo adolescente. “¡Ay, mamá! -dijo el boquirrubio con atiplada voz-. Tú me conoces bien, y sabes que si me dieran a escoger entre Jennifer López y un soldado del Sexto de Caballería escogería al militar”. Declaró en ese punto la muchacha: “Pienso, señito, que mientras yo dormía entró en mi cuarto un hombre, y sin que me diera cuenta hizo en mi cuerpo obra de varón”. “¡Ah! -bufó la mujer volviéndose hacia su marido, que procuraba disimular su presencia en un rincón-. ¡Entonces tú eres el culpable!”. Preguntó asustado el esposo: “¿Por qué supones eso?”. Respondió la señora: “¡Porque eres el único hombre que conozco que puede hacerle ‘eso’ a una mujer sin que ella se dé cuenta!”. FIN.