lunes, 18 de mayo de 2015

mayo 18, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Cambio radical. Florilí, muchacha ingenua y candorosa, le preguntó en la alberca a su instructor de natación: "¿De veras me hundiré si me sacas el dedo de ahí?". El doctor Ken Hosanna le indicó a su paciente, un hombre que padecía insomnio: "Si quiere dormir bien no debe llevar sus problemas a la cama". "Imposible, doctor -replicó el tipo-. Mi mujer se niega absolutamente a dormir sola". No creo que haya país en el planeta donde la democracia salga tan cara como en México. Y ni siquiera es plena la democracia que tenemos los mexicanos, sino sujeta en todo a la voluntad de los partidos. Son ellos los que señorean la vida política de la nación, no los ciudadanos. A nosotros sólo nos toca trabajar para mantener a una casta parasitaria de políticos que reciben mucho y a cambio dan muy poco, o nada. Se necesita en México un cambio radical que sin sacrificio de la libertad haga que la buena administración prive sobre la politiquería; que nos quite la carga de la profusa burocracia electoral que padecemos; que haga disminuir el número de diputados y senadores, y que obligue a los partidos a poner el bien comunitario por encima de sus mezquinos intereses. Actualmente los políticos nos tienen aherrojados. Nos obligan a ver y escuchar a todas horas su estúpida y machacona propaganda, y tienen de continuo la mano metida en nuestros bolsillos para sacar de ellos las exorbitantes prerrogativas que perciben. Necesitamos que el INE vuelva a ser un órgano de los ciudadanos, y no un instrumento dócil de esos partidos prepotentes que nos oprimen y cuyas continuas exacciones padecemos. Y ya no digo más, porque ignoro qué quiere decir eso de "exacciones", y me pongo muy nervioso cuando no sé lo que significa una palabra. Doña Virtudes era mujer de vida acrisolada. Señora muy devota, oía dos misas diarias y se confesaba diez veces por semana. Hacía triduos, septenarios, y más novenas que las que había en la Liga de Beisbol Municipal. Su prima Nalgarina, en cambio, llevaba una vida licenciosa: bebía como cosaco, juraba como poseída, y follaba con diferentes hombres las mismas veces por semana que su prima hacía confesión de sus pecados. Vivía, en fin, una existencia encanallada. (Quizá por eso la invitaron a dirigir en su distrito el Partido Ver-D, invitación que rechazó, dijo, porque temía desprestigiarse). Sucedió que la prima Nalgarina enfermó de gravedad y se puso a las puertas de la muerte. No sé cuántas sean esas puertas, pero siempre hay una que se abre cuando llega el día. Doña Virtudes pensó que de seguro su prima se condenaría, y la exhortó a volver al seno de la religión. "¿A cuál de los dos?" -preguntó ella, burlona. "No es tiempo éste para chocarrerías -la amonestó, severa, la piadosa dama-. Estás a punto de comparecer ante el Supremo Juez y debes disponerte para ello. Te traeré un sacerdote a fin de que te reconcilie de modo que puedas llegar con el alma limpia como una patena a la presencia de quien te dio la vida y que ahora, en su designio inescrutable, te pide que se la regreses". "¡Joder! -exclamó con enojo Nalgarina-. ¡Y tanto que la necesito! Pero en fin, venga ese santo varón y escuche la relación de mis pecados, si es que dispone de un año entero para oírlos". Acudió el padre Arsilio a la cabecera de la enferma y recogió su confesión, pues a la vista de la muerte la antigua pecadora se arrepintió sinceramente y pidió perdón de sus culpas. Muy a tiempo lo hizo: apenas el sacerdote le dio la absolución Nalgarina entregó el alma a quien es dueño de todas. Sus últimas palabras, si bien no dignas de inscribirse en bronce eterno o mármol duradero, y ni siquiera en plastilina verde, fueron sin embargo muy expresivas. Dijo: "¡Ah chingao!". Y se peló, si me es permitida esa locución de pueblo. Al día siguiente doña Virtudes fue a hablar con el buen padre Arsilio. Le preguntó con inquietud: "¿Cree usted, señor cura, que Nalgarina se haya salvado?". "Está en el Cielo ya, hija mía -la consoló el sacerdote-. Aunque ciertamente pecó mucho, un punto de penitencia le abrió la puerta de la bienaventuranza eterna". Entonces fue doña Virtudes la que exclamó: "¡Joder! ¡Haberlo sabido antes! ¡De todo lo que me perdí!". FIN.