jueves, 9 de abril de 2015

abril 09, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre 


Dos amigos hablaban de mujeres. Dijo uno: “Me gusta mucho Deslizia”. Acotó el otro: “Es casada”. “Ya lo sé -admitió el primero-. Pero me gusta porque es joven, bonita, elegante, culta, simpática... y adúltera”. Babalucas le propinaba fuertes nalgadas a su hijo, y éste chillaba como cochino atorado, según reza el dicho popular. Acudió a todo correr el policía del barrio. “¡Don Babalucas! -le reclamó al genitor-. ¿Por qué maltrata en esa forma a su hijo?”. “¡Ande, don Genizario! -respondió hecho una furia el badulaque-. Me compré una guitarra, y estaba tocándola cuando llegó este bribón y le dio vuelta a una de las clavijas. Con eso me desafinó una cuerda”. “¿Y sólo por eso le pega? -lo reprendió el gendarme. ¿Porque le desafinó una cuerda de la guitarra?”. “No nada más por eso -contestó, rencoroso, Babalucas-. ¡El méndigo chamaco no me quiere decir cuál de las seis cuerdas fue la que me desafinó!”. La esposa de don Languidio comentó: “A mi marido le digo ‘El Jabón Neutro’. No tiene ningún ingrediente activo”. Quizá la Tercera Guerra Mundial será por el petróleo, pero seguramente la Cuarta será por el agua. Los hombres parecemos empeñados en destruir los recursos de nuestro planeta, entre ellos el más importante y principal: El agua. Contaminamos los ríos, los lagos y lagunas en tal modo que en países como el nuestro sus aguas no se pueden ya beber. Desperdiciamos el vital líquido -así se decía antes como si fuera inacabable. Cada vez son más las ciudades que afrontan problemas graves para dar agua a sus habitantes. Las campañas que se hacen para estimular el buen uso de ese recurso dan pocos resultados. A la mayoría de las personas esas exhortaciones les entran por un oído y les salen no diré por dónde. Así las cosas quizá no tardará mucho el día en que abriremos el grifo del agua y saldrá solamente fango, lodo. San Francisco, el mejor hombre que ha vivido sobre la faz de la tierra, hablaba de “la hermana agua”. Deberíamos decir nosotros “la madre agua”. De ella está hecho nuestro cuerpo en un alto porcentaje; ella cubre la mayor parte de nuestro planeta. Es obviedad decir que sin agua no podríamos vivir. Ninguna forma de vida puede existir sin ella. El agua es un prodigio que nos pasa inadvertido; un gran milagro que ni siquiera vemos, no agradecemos, y aún menos cuidamos. Tengamos conciencia del valor del agua. De ella dependemos. Urbanio, joven citadino, fue a pasar sus vacaciones en el campo. Ahí conoció a Bucolina, zagala pizpireta. Salieron a pasear. No sé qué sucedería en el curso del paseo, el caso es que al regresar le dijo él: “Me gustaría verte más”. “¡Ah, no! -opuso la moza-. ¡Ya te enseñé bastante!”. Don Astasio vio la cuenta que le presentaban en el hotel y se quejó. “Es demasiado” -dijo. Le indicó el gerente con sequedad: “Es que cobramos por el derecho a usar el gimnasio, el spa, la cancha de tenis y la alberca”. Protestó don Astasio: “Ni mi esposa ni yo usamos ninguna de esas instalaciones”. Replicó el gerente con altanería: “Si no las usaron es su problema. Las instalaciones ahí estaban”. En ese momento don Astasio recordó un viejo chiste, y le dijo al del hotel: “Entonces yo le cobraré a usted por haberle hecho el amor ami esposa”. “¡Jamás hice semejante cosa!” -se espantó el sujeto. “Si no lo hizo es su problema -repuso calmosamente don Astasio-. Mi esposa ahí estaba”. Ante esa argumentación el gerente, asustado, le hizo una importante rebaja en la cuenta. Don Astasio quedó feliz y orgulloso por el brillante truco que se le había ocurrido. Unas semanas después viajó de nuevo con su esposa. Llegó a otro hotel, y a la hora de pagar la cuenta decidió poner en práctica otra vez aquella estratagema que tan buen resultado le había dado. A la hora de pagar la cuenta dijo: “No usé el gimnasio, ni la cancha de tenis, ni la alberca. Tampoco usé el spa”. Respondió el joven encargado de la caja: “Todo eso estaba ahí, señor. Si no lo usó fue porque no quiso”. “En ese caso -replicó don Astasio con sonrisa maquiavélica-, yo le voy a cobrar a usted por haberle hecho el amor a mi mujer”. El muchacho se puso pálido. Luego, bajando la voz, le dijo a don Astasio: “Está bien, señor: le voy a rebajar la cuenta, pero no le diga a nadie que le hice el amor a su esposa, porque podría perder mi trabajo”. FIN.