miércoles, 8 de abril de 2015

abril 08, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


El papá de Pepito veía en la tele el partido de futbol. Mientras tanto el niño ojeaba el periódico. Comentó: "Viene una onda fría". Distraído, el señor dijo sin quitar la vista de la pantalla: "Honda... Fría... Ha de ser tu mamá, hijo". En aquella comarca los granjeros se dedicaban todos a la cría de cerdos. Declaró uno en reunión de porcicultores: "Para mejorar el precio de mis crías yo cruzo las hembras con un semental Duroc-Jersey". Manifestó otro: "Yo con un Yorkshire". Dijo un tercero: "Yo las cruzo con un semental Chester". Otro granjero, el de mayor edad, oía todo aquello sin hablar. Le preguntó alguien: "Y tú ¿qué haces para mejorar el precio de tus puercos?". Respondió el hombre: "Los cruzo con turista". "¿Con qué?" -se desconcertaron los otros. "Con turista -repitió el hombre-. Pongo a mis cerdos a la orilla del camino, ¡y vieran el precio que les saco a los turistas cuando los atropellan!". Avidia, muchacha codiciosa, quería casarse con un rico señor de edad más que madura. Le dijo para animarlo: "A lo mejor podríamos tener hijos, don Gerontino". Respondió el veterano: "Jamás podremos tener hijos, linda. Mis papás no me lo permiten". "¿Sus papás?" -se asombró Avidia. "Sí -suspiró el añoso señor-. La madre naturaleza y el padre tiempo". El comprador callejero llegó con su carrito a la casa de doña Jodoncia. Le preguntó: "¿Tiene botellas de cerveza que venda?". Doña Jodoncia, irritada, respondió con gesto hosco: "¿Acaso tengo cara de beber cerveza?". "No, señora -dijo el del carrito-. Entonces ¿tiene botellas de vinagre?". Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, subió al atestado autobús y se enfureció porque nadie se levantó a darle el asiento. "¡Qué falta de cortesía! -clamó para que todos la escucharan-. ¡Ya no hay caballeros! Una dama tiene que ir de pie porque nadie tiene educación". Un anciano se puso en pie. "No señor -dijo doña Panoplia-. Usted también debe ir sentado". Y lo hizo sentar. "Permítame" -dijo el viejecito. "De ninguna manera -repitió la de Altopedo-. Siéntese usted". "Por favor" -insistió el anciano. "Nada -repitió, enérgica, doña Panoplia-. Ya se lo dije: Siga usted sentado". Gritó entonces el viejito con desesperación: "¡Por favor, quítenme de encima a esta vieja loca! ¡No me deja bajar, y ya me pasé ocho cuadras de mi esquina!". Durante muchos años las elecciones en México fueron una farsa. El gobierno y su partido, el PRI, hacían y deshacían a su antojo: Rellenaban las urnas, hacían que los muertos del panteón votaran, asaltaban las casillas en que por raro milagro había ganado la oposición. Pasó el tiempo y la presión de la sociedad obligó a la creación de organismos electorales que en un principio estuvieron formados por ciudadanos independientes y vigilantes que llevaban a cabo elecciones limpias, transparentes y con sentido de equidad. Aquel leve chispazo democrático, sin embargo, no tardó en apagarse, y ahora los más de esos organismos son controlados por los partidos, que se reparten entre sí las cuotas de consejeros. Éstos ya no son representantes de la ciudadanía, sino del partido al que deben la chamba y los emolumentos que derivan de ella. A pesar de todo esa viciosa situación no debe llevarnos a desesperar de la vía democrática. Por el contrario, el ejercicio tenaz de nuestros derechos cívicos hará que los gobiernos y los partidos frenen sus excesos y atiendan los reclamos de los ciudadanos, que pedimos elecciones que reflejen con verdad el sentir de los electores. Ejercitemos nuestros derechos y nuestras obligaciones de ciudadanos, y lo demás se dará por añadidura. Una linda chica fue a la consulta del joven y apuesto siquiatra. "Doctor -le dijo-, sufro un estado continuo de ansiedad, angustia y depresión. Siempre estoy nerviosa; no puedo dormir bien, me irrito fácilmente. ¿Qué me aconseja?". Le pidió el analista: "Desvístase, tiéndase en el diván y deletree lentamente la palabra 'cama'". La chica hico lo que el doctor le ordenó: se despojó de su ropa, se acostó en el diván y empezó a deletrear con lentitud aquella palabra, cama: "Ce.". Luego, con súbita sorpresa: "¡Ah!". En seguida, con inefable gozo: "Mmmm". Y finalmente, con un suspiro de satisfacción: "¡Aaaaaah". ¡Estaba curada!... FIN.