sábado, 25 de abril de 2015

abril 25, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Irreconocible. Don Chinguetas llegó a su casa oliendo a jabón chiquito. Su esposa, doña Macalota le dijo hecha una furia: “A mí no me engañas: Vienes de estar con una mujer”. “No es cierto -se defendió él-. Vengo de la oficina”. “¡Mientes! -se exasperó la señora-. ¡Estuviste con una vieja! ¡Lo leo en tus ojos!”. “Hoy vengo de la oficina -repitió Chinguetas-. Estás leyendo mis ojos de ayer”... El explorador le preguntó al jefe de la tribu africana por qué sus vasallos llevaban un anillo en la nariz. Explicó el hombre: “Lo llevan en señal de sumisión”. “Ya veo -comentó el explorador-. Nosotros lo llevamos en el dedo anular de la mano izquierda”. El funcionario dijo en su discurso: “Hace 50 años un hombre musculoso apenas podía cargar en los dos brazos una bolsa con 20 pesos de mandado. En nuestros días un niño pequeñito puede llevar en una mano una bolsa con 200 pesos de mandado. Eso demuestra, señoras y señores, que la población del País es ahora más fuerte”. Meñico Maldotado, infeliz joven con quien la naturaleza se mostró avara en la parte correspondiente a la entrepierna, se iba a casar, y fue con su novia a que les hicieran un examen de salud. Revisó el médico a la muchacha y dijo: “La encuentro bien”. Luego revisó a Meñico y dijo: “No la encuentro”. Contaba cierto señor: “Mi esposa y yo hicimos un trato: Ella no me compara con los hombres que salen en la revista Playgirl, y yo no comparo sus comidas con las que me hacía mi mamá”. La linda chica de aquel pueblo del Salvaje Oeste terminó de vestirse y luego le dijo al sheriff: “Tendremos que dejar de vernos aquí en la cárcel, Matt. Mi esposo empieza a preguntarse por qué todas las noches me arrestas por robo de ganado”. Pepito le preguntó a su padre: “Papi: Ya sé que salí de la pancita de mi mami. Pero ¿cómo entré ahí?”. El señor empezó a toser, desconcertado. Pepito advirtió su azoro y le dijo: “No te preocupes, papi. Si tú no sabes la respuesta se la preguntaré a mi mamá”. El doctor Ken Hosanna le confió a un colega: “Voy a divorciarme de mi mujer”. Quiso saber el otro: “¿Por qué?”. Respondió el facultativo: “¿Has oído ese proverbio según el cual una manzana cada día mantiene alejado al médico? Mi esposa me da a mí una manzana cada noche”. Comentó una señora: “A mi marido un café le levanta el ánimo”. “Eres afortunada -le dijo otra-. Al mío ya no se le levanta con nada”. Don Algón relató muy orgulloso: “Me ahorré bastante comida en la fiesta de la oficina. Hice que la secretaria dijera que tenía antojo de pepinillos en vinagre con nieve de vainilla, y a seis de los vendedores se les quitó de plano el apetito”. El marido le dijo a su mujer, a quien halló en la cama con un desconocido: “El hecho de que la tele se haya descompuesto no es excusa, Perejilda”. Si los constituyentes de 1917 volvieran a la vida no reconocerían la Constitución que hicieron, así de añadiduras y remiendos ha sufrido la ley máxima. Por otro lado la Carta Magna sufre tantas violaciones, y es objeto de tan general desdén, que más que carta magna parece ya recado mínimo. Muchas de las instituciones que derivan de ella han sido desvirtuadas en tal forma que han perdido su esencia, su original espíritu. El Senado es un ejemplo de eso. No es ya la representación de la soberanía de los Estados, aunque esa soberanía sea ficción, como ha sido siempre el federalismo en este país centralista. El amparo es otro ejemplo de desmesura en la alteración de las instituciones. Don Ignacio L. Vallarta se removería en su tumba si supiera los cambios que se han hecho a ese recurso, y los alcances que ahora se le dan. Ciertamente la ley no es inmutable, y el orden jurídico tiene que adaptarse a las mudanzas de los tiempos, pero hay principios que no se pueden alterar, e instituciones que deben conservar su basamento. En estos casos tiene aplicación el cuentecillo aquel según el cual Moisés bajó del Monte Sinaí trayendo las tablas de la ley con los 10 mandamientos. Entre los israelitas hubo malestar cuando conocieron el sexto precepto: “No fornicarás”, y el noveno: “No desearás la mujer de tu prójimo”. Moisés los tranquilizó. “No se preocupen -les dijo-. Eso es lo que dice la ley. Nosotros haremos la jurisprudencia”. FIN.