domingo, 12 de abril de 2015

abril 12, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


La joven novicia llegó llorando a su convento. Dijo entre lágrimas: "Iba yo pasando por una oscura calle y me asaltó un sujeto que empezó a abrazarme y a besarme. Cuando perdí el sentido a causa de sus caricias encendidas se aprovechó de mí". "Qué pena, hermana -la compadeció una de las reverendas-. Se perdió usted lo mejor"... Astatrasio Garrajarra, ebrio con su itinerario, le dijo a su médico: "Creo que estoy empezando a superar mi problema de alcoholismo, doctor. Sigo viendo elefantes azules y cocodrilos verdes, pero ya son más pequeños"... El maestro le preguntó a Pepito: "Dime: ¿cuál es la diferencia entre ignorancia e indiferencia?". Respondió el chiquillo: "No sé, y me vale"... El pastor de la iglesia organizó un servicio testimonial: todos los pecadores debían proclamar sus culpas públicamente y manifestar frente a los hermanos su propósito de cambiar de vida. Se levantó un hombre. "Hermanos -dijo-. Soy un borracho perdido. Pero si todos ustedes me ayudan tendré fuerzas para cambiar". Los feligreses aplaudieron, conmovidos. Se puso en pie otro. Hermanos -dijo-. Yo tengo el vicio del juego. Pero si todos ustedes me ayudan les prometo que voy a cambiar". Nuevos aplausos, y emoción general. Se levantó entonces Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera. "Hermanos -declaró-. Yo nunca he hecho nada. Pero si uno de ustedes me ayuda les aseguro que eso va a cambiar"... Un norteamericano y un francés estaban conversando. Dijo el estadounidense: "Acabo de leer un libro que se llama "Mil modos de hacer el amor'". "Ya veo -comentó, displicente, el francés-. Algunos ejemplos nada más"... Meñico Maldotado, infeliz joven con quien la naturaleza se mostró avara en la parte correspondiente a la entrepierna, casó con Pirulina, muchacha bastante sabidora. La novia vio por primera vez al natural a su flamante maridito y meneó la cabeza tristemente. "Ay, Meñico! -le dijo-. Tu mamá me advirtió que tenías cosas de niño, pero yo pensé que se refería a la inocencia"... El señor regresó de un viaje antes de lo esperado, y encontró a su mujer en la recámara presa de singular agitación. Le preguntó: "¿Qué te sucede, Thaisia?". "Nada, Corneto -respondió ella-. No me sucede nada". Paseó el esposo una mirada en torno de la habitación y, mal escondidas bajo la colcha de la cama, descubrió un par de prendas de ropa interior de hombre. Inquirió atufado: "¿De quién son este calzón y esta camiseta?". "¿No te has enterado? -respondió la señora-. Está de moda que las mujeres usemos prendas interiores de hombre como parte de la liberación femenina. Esa ropa es mía". "Ah, vaya -se tranquilizó el esposo-. Por un momento desconfié de ti. Perdóname por haber pensado, siquiera por un momento, que eras capaz de faltar a la fe de esposa que me juraste ante el altar el día de nuestras nupcias". En eso se oyeron ruidos en el clóset. Don Corneto lo abrió y vio ahí a un sujeto cubierto sólo por una leve aplicación de Old Spice. Le preguntó, severo: "¿Qué hace usted ahi?". "Mire, señor -respondió con toda calma el individuo-. Si le creyó usted a su esposa eso de que las mujeres están usando ropa interior de hombre, también me creerá a mí si le digo que estoy aquí esperando el autobús". Entró en la taberna un pirata de feroz aspecto. Lucía una gran barba roja: un parche le cubría un ojo; caminaba apoyándose en una pata de palo, y en vez de mano derecha tenía un agudo gancho de metal. Se dirigió al baño de la cantina. Después de un rato se escuchó un espantoso alarido. Ante el asombro de los parroquianos el pirata salió del baño dando grandes saltos y profiriendo lastimeros gemidos de dolor. Le preguntó, asustado, el tabernero: "¿Qué le sucedió, señor pirata?". "¡Ay, ay, ay! -gimió el desdichado llevándose las manos al trasero-. ¡Apenas ayer me pusieron este gancho, y olvidé que lo traía!". A través de la ventana Pepito veía a la guapa vecina que, luciendo una brevísima minifalda, se entretenía con las plantas de su jardín. Pepito le comentó a su papá: "La vecina se agachó a cortar unas flores". "¿Rosas?" -preguntó el señor. "No -respondió Pepito-. Blancos" (No le entendí)... FIN.