jueves, 5 de marzo de 2015

marzo 05, 2015
ESPAÑA, 5 de marzo.- A Lourdes Fernández le ha cambiado la vida tres veces. La primera, cuando perdió la visión, siendo aún un bebé, a causa de una «negligencia médica» –según su madre– en la incubadora. La segunda, el 23 de mayo de 2013, cuando consiguió el perro guía que tanto llevaba esperando. «Yo iba con ella como con una persona que ve. Me sentía igual de segura», comenta la joven invidente. Y la tercera, el día que lo perdió. «Lleva desde el 22 de febrero en un hospital canino. Hay muy pocas posibilidades de que salga adelante y, aunque sobreviva, no podrá volver a trabajar».


‘Lilly’, una hembra de la raza labrador retriever de color negro, sufre una insuficiencia renal crónica que le está provocando una «agonía lastimosa». Tanto Lourdes (28 años) como su familia están convencidos de que la perra ha sido envenenada, de ahí que hayan presentado una denuncia en la comisaría del distrito Oeste. La policía ha pedido informes a la veterinaria que está tratando al animal para indagar en el caso, ya que, según la joven, en su vecindario ha muerto un can y otros dos –aparte de ‘Lilly’– han enfermado recientemente.

Las sospechas de la familia se acrecentaron tras hallar restos de comida en el alcorque donde el animal hacía diariamente sus necesidades. «Encontramos Cola Cao disuelto, unas bolitas de pienso y trozos de chocolate tirados en el suelo junto al arbolito», explica Manoli González, la madre de la joven. «Es mucha casualidad», añade Lourdes, «había gente que protestaba por el pipí y, como lo fregábamos diariamente, a veces hasta se quejaban por el olor a lejía».

No fue fácil conseguir un perro guía. Hace cinco años, la joven solicitó a la Fundación ONCE que le asignaran uno, «pero las listas en España son interminables», comenta su madre. En abril de 2013, tras superar todo el proceso de selección, Lourdes viajó a la ciudad estadounidense de Rochester, donde se encuentra una de las escuelas de perros guía más prestigiosas del mundo. Allí le entregaron a ‘Lilly’, una labrador de sólo año y medio que se convertiría a partir de ese momento en sus ojos, «porque a mi hija han vuelto a dejarla ciega», se lamenta Manoli. El can, valorado en 42.500 euros, y los gastos de su estancia –se quedó un mes en EE.UU. para que el animal se adaptara a ella– corrieron a cargo de la asociación sin ánimo de lucro Club de Leones. (Artículo completo en SUR.es)