viernes, 13 de marzo de 2015

marzo 13, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


En el bar un majadero tipo le dijo a la chica de tacón dorado: “Traigo dos dólares. Creo que eso es suficiente para pagar tus servicios”. Respondió ella: “¿Qué te hace pensar que cobro a dólar la pulgada?”. Una señora le comentó a otra: “No sé por qué me inspira desconfianza ese siquiatra. Atiende solamente mujeres, y en vez de diván tiene una cama de agua”. El reverendo Amaz Ingrace fue a un día de campo. Por desgracia perdió ahí su Biblia, una de Thompson que le habían obsequiado los miembros de su iglesia. Días después estaba en su casa, y sonó el timbre de la puerta. Cuando la abrió vio ahí a una vaca (Holstein, por más señas) que llevaba la Biblia en el testuz. “Praise the Lord! -exclamó el reverendo, emocionado-. ¡Esto es un milagro del Señor!”. “Ni tanto -dijo la vaca, displicente-. En la primera página vi tu nombre y dirección”. El doctor Ken Hosanna le preguntó a su maduro paciente: “¿Le hice a usted la circuncisión hace tiempo?”. Respondió con extrañeza el hombre: “No, doctor”. Inquirió de nuevo el médico: “¿Le hice la vasectomía?”. “Tampoco” -replicó el señor más extrañado aún. El facultativo se quedó pensando. De pronto se le iluminó el rostro. “Dígame -le preguntó de nueva cuenta al añoso caballero-: ¿está usted casado con una mujer joven y guapa de nombre Tetonina?”. “En efecto -confirmó el paciente-. Ella es mi esposa”. Al oír eso exclamó el médico, feliz: “¡Ya sabía yo que algo le había hecho a usted relacionado con el sexo!”. En tiempos de campaña los candidatos a diputados nos cortejan; llaman a nuestra puerta; nos envían cartas melosas y mensajes adulatorios; pronuncian ante nosotros discursos llenos de promesas. Llegado el día de la elección les damos nuestro voto. Ese mismo día nos dan la espalda, y en vez de ser nuestros representantes lo son de su partido o de su personalísimo interés. Y sin embargo ellos no tienen la culpa: la tenemos nosotros. ¿Por qué? Porque somos indiferentes a la vida cívica y política de nuestra comunidad; porque nos desinteresamos de lo que pasa en ella; porque no estamos enterados de los temas que atañen a nuestra ciudad, a nuestro estado, a nuestro país, o que tocan de cerca la vida de la gente. Hacemos vida familiar, o con nuestros amigos, pero carecemos de vida pública. ¿Nos hemos preguntado, por ejemplo, acerca de los derechos de la mujer o de las personas homosexuales? ¿Tenemos un punto de vista, y lo defendemos y trabajamos activamente en relación con él, acerca del aborto, o de la adopción de hijos por parejas del mismo sexo? ¿Exigimos que se destine más dinero a la educación de nuestros hijos, o a la seguridad de la ciudad en que vivimos? Nuestros diputados no nos representan porque no les damos asuntos para que nos representen. Dicho de otra manera, no son verdaderos diputados porque nosotros no somos verdaderos ciudadanos. Nos falta educación para la civilidad. Somos un poco como aquella chica que les anunció a sus padres, compungida, que iba a tener un hijo. “¿Quién es el papá?” -inquirió, preocupado, el genitor. Respondió ella: “No lo sé”. “¿Cómo es posible? -se indignó el señor-. ¿Acaso en la clase de educación sexual no aprendiste ni siquiera a preguntar: ‘¿Con quién tengo el gusto’?”. Así nosotros: no tendremos diputados que nos representen mientras no tengamos educación cívica y política. Himenia Camafría, madura señorita soltera, iba en el atestado autobús. De pronto se dirigió con iracundia al hombre joven que tenía atrás: “¿Qué hace usted?”. “Nada -respondió el muchacho, azorado-. No estoy haciendo nada”. Le dice la señorita Himenia: “Entonces quítese de ahí y deje que se ponga otro”. Comentó la señora de Altopedo, nueva rica: “Mi coñac favorito es el Génesis. Entiendo que tiene 5 mil años de antigüedad”. En la oscuridad de la sala cinematográfica se escuchó una voz de mujer: “¡Quite inmediatamente la mano de mis piernas! No, usted no. Usted”. El padre Arsilio le preguntó a doña Facilisa en el confesonario: “¿Engañas a tu marido?”. Respondió ella, impaciente: “Señor cura: use la lógica. ¿A quién más puede engañar una mujer casada?”. FIN.