domingo, 15 de marzo de 2015

marzo 15, 2015
LOS ANGELES, 15 de marzo.- Si hay una constante en Cate Blanchett, además de su talento o su belleza, es que nunca sabe lo que lleva puesto. O eso dice la siempre admirada actriz, ya sea en la pantalla o en la alfombra roja. ¿Falsa modestia? Probablemente. Es irónica la falta de memoria de una intérprete como esta australiana tan recordada por su filmografía (El aviador, la trilogía de El señor de los anillos, Blue Jasmine o ahora Cenicienta) como por su elegancia al vestir modelos de Balenciaga, Dior, Armani, Galliano o Gaultier, entre otros. “Todo ayuda. El peluquero, el maquillador, llevar un vestido que un modisto así ha hecho para ti”, admite sin decoro. Pero la identidad no depende ni de sus ropajes ni de sus trofeos. “Es algo mucho más fluido”, intenta explicar. Los Oscar, los premios en general, son un subidón, y no lo niega. “De una indecencia desproporcionada”, puntualiza. Y la experiencia en la alfombra roja —siempre “horrenda”— la recuerda llena de nervios. “Este año un poco más agradable y menos nerviosa porque entregaba la estatuilla”, añade sobre el momento en el que le dio el preciado galardón al actor Eddie Redmayne.


¿Y la vanidad? ¿Dónde queda? “En mi casa no hay espejos, menos en la ducha, donde te puedes mirar desde todos los ángulos. Y está muy bien porque así las duchas son de lo más cortas, algo muy bueno y no hablo solo para el medio ambiente”, confiesa la actriz, muy concienciada con la preservación medioambiental.


En uno de esos momentos en los que la ficción imita a la realidad, Blanchett es la madrastra de la nueva Cenicienta y acaba de anunciar la llegada a casa de su hija adoptiva, la pequeña Edith Vivian Patricia Upton. Con tres hijos varones (Dashiell, 13 años; Roman, de 10, e Ignatius, de 6) concebidos junto a su marido, el director teatral Andrew Upton, Blanchett no oculta que deseaba tener una niña en casa. “Los chicos pueden ser unos diablos”, aclara sobre su prole. “Pero son muy divertidos. Me hacen reír constantemente. Ahora estamos en ese punto en el que todo lo que hago, todo lo que digo, les avergüenza. El otro día íbamos conduciendo y nos pusimos a cantar por medio de la autopista hasta que me dijeron eso de que me callara porque alguien me podía oír”, cuenta. Una casa que comparten con el perro de la familia, Carol, y donde según la actriz domina la imaginación. “Yendo a otras casas me he dado cuenta de que mis hijos no tienen muchos juguetes pero luego me sorprenden porque cuando le ofrecí al mayor un Kindle por Navidades para que no cargara con tanto libro me dijo que le gustaba el olor del papel. Hemos debido de hacer algo bien”.

La actriz, de 45 años, no desea dar más detalles sobre Edith pero no le importa hablar del hogar que a partir de ahora disfrutará la pequeña junto al resto de la familia. Una casa donde la lectura se considera importante —“incluidos los cuentos de hadas”—, y lo mismo pasa con los estímulos visuales. “Ya sé que siempre que estoy en público me veo en este tipo de situaciones, hablando. Pero te sorprendería lo poco suelo hablar. En casa me gusta escuchar. En el supermercado, en el parque, observar a los otros niños. Soy alguien extremadamente visual que en cuanto tengo algo de dinero ahorrado lo invierto en nuestra colección de pintura y escultura”, explica sin dar nombres. “Tengo un gusto muy ecléctico”, añade. Le gustaría tener un cuadro de Lucian Freud y Gerhard Richter es otro de sus preferidos. “Pintores extraordinarios y que me han sido de una gran influencia pero que se me escapan del presupuesto”, se ríe alguien que según la revista Forbes goza de una fortuna que se eleva a los 42.6 millones de euros. “No soy de las que tengo un picasso o un rembrandt. Mi colección de arte es modesta. Además, como dijo Eddie [Redmayne] sobre el Oscar, soy de las que siento que el arte no nos pertenece. Solo somos los custodios de un trabajo que trasciende fronteras”.

Sus propias fronteras también están a punto de cambiar. Blanchett está considerando mover a toda su prole de su Australia natal a Estados Unidos, de donde pese a su fama y a sus lazos familiares (su padre es de Texas) ha huido toda su vida. Son varios los proyectos que la requieren allí y su marido ha finalizado su trabajo al frente de la compañía nacional de teatro de Sydney. Es “lo más lógico”, dice sobre la posible mudanza. Además, se justifica, es alguien que trata de viajar lo menos posible y si lo hace no duda en llevarse a su familia. “Este año visitamos Auschwitz con los niños. Son ese tipo de recuerdos que nunca olvidaré. Una experiencia única”. (Rocío Ayuso / El País)