domingo, 15 de febrero de 2015

febrero 15, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Urso era el gladiador favorito de los romanos. Cuando luchaba en el Coliseo el circo se llenaba a su máxima capacidad, y aumentaba mucho la venta de cerveza. La multitud, entusiasmada, aplaudía a aquel gigante, triunfador en todos sus combates. Urso pertenecía al establo de Nerón. El emperador se enorgullecía de él. Solía decir: "Es el lauro mayor de mis laureles". Le compuso una oda en versos yámbicos, e hizo que se erigiera en honor suyo una estatua de mármol en tamaño heroico. Y sin embargo se decía que Urso temblaba en presencia de su esposa, y vaya que era una mujeruca que no levantaba del suelo siete palmos de estatura. Eso no amenguaba la fama del coloso, antes bien hacía que las mujeres lo adoraran más. "Volo cum te!" -le gritaban cuando salía a la arena. Eso significa en latín: "¡Quiero contigo!". Le decían también: "Pater magnificus!", lo cual equivale a: "¡Papasote!". Sucedió algo, por desgracia, que afectó irreparablemente la imagen del gladiador. Se supo que Ursus había ingresado en la clandestina secta de los cristianos. Abjuró de los mil dioses y diosas que formaban el panteón romano, y se cambió el nombre: ya no se llamaba Urso; ahora su nombre era Staurofilo, que quiere decir algo así como amante de la cruz. Cuando Nerón supo eso montó en cólera. Quemó una mesa de sándalo preciosa, regalo del prefecto de Tunisia, y a la luz de las llamas compuso otra oda, ésta en versos trocaicos, contra el gladiador. Lo hizo poner en la cárcel Mamertina, atado con cadenas y sin más alimento que un mendrugo y un trago de agua infecta cada día. Además -colmo de la crueldad- el emperador ordenó que en la celda acompañara a Urso su mujer. ¡Hasta dónde puede llegar la maldad de los poderosos! En cuatro meses que estuvo sometido a ese tormento Staurofilo enflaqueció de tal manera que ya no parecía Arnold Shwarzenegger, sino Woody Allen. Fue entonces cuando Nerón ordenó que lo llevaran ante él. Le dijo que tomando en cuenta sus antiguos servicios le perdonaría la vida si luchaba contra el nuevo campeón del Coliseo, el gran Irrumatio, y lo vencía. Eso sí: debería darle una ligerísima ventaja, tomando en cuenta que pesaba 50 gramos más que él. Irrumatio lucharía con armadura, casco, cáligas y escudo, y sus armas serían espada, puñal, daga, tridente, bolas de fierro, lanza, arpón, clava, arco y flechas, hacha, honda, jabalina y resortera, en tanto que Urso -o sea Staurofilo- combatiría sin armadura ni armas, y además sería enterrado en la arena hasta el cuello, de modo que sólo sacara la cabeza. Además sería rapado, pues el pelo podía estorbar la acción de las armas de Irrumatio, y eso le daba a él una ventaja indebida. Staurofilo aceptó las condiciones del combate. ¿Qué más podía hacer? Confiaba en que una legión de ángeles bajaría a luchar junto con él. Se llegó el día del encuentro. Cuando Urso apareció en la arena el público, ahora su enemigo, lo recibió con un grito estentóreo: "¡Puuuuuuuto!". El cristiano bajó la cabeza mansamente y murmuró: "Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen". Luego se volvió hacia la muchedumbre y le gritó: "¡Chinguen todos a su madre!". Los sayones procedieron a despojarlo de sus vestiduras, y lo enterraron en la arena según lo convenido, con lo que sólo le quedó afuera la cabeza. Se presentó entonces Irrumatio. Iba acompañado por un lucido séquito de ayudantes y lindas porristas. Dio una vuelta a la palestra aclamado con entusiasmo por la multitud. Nerón dio la señal para que empezara el combate. Se hizo un profundo  silencio. El gladiador arrojó su lanza contra la cabeza de Urso, que esquivó el golpe. Le dirigió luego las flechas de su arco, que igualmente evadió. Lo mismo sucedió cuando Irrumatio le tiró piedras con su honda y su resortera: ninguna acertó a dar en la cabeza de Urso. No le quedó entonces más remedio al gladiador que arriesgarse a ir contra Staurofilo con su espada, y más porque Nerón y el público empezaban ya a impacientarse. Se acercó, pues, aunque temeroso y con cautela, y se dispuso a darle un espadazo en la pelona. Urso hizo un supremo esfuerzo. Sacó la cabeza todo lo que pudo y le dio una tremenda mordida a Irrumatio en los testículos. El gladiador lanzó un ululato de dolor. Y gritó la enardecida multitud, furiosa: "¡Pelea limpio, méndigo cristiano!"... FIN.