domingo, 22 de febrero de 2015

febrero 22, 2015
Gilberto Avilez Tax


A mis ceniceros, tristes como "mis putas tristes"

A los 13 años comencé a fumar, un número cabalístico que, pienso, no me librará de posibles cánceres aunque doy gracias al cielo que una cáncer que llegué a tener en dos años de alegrías y penas, haya desaparecido entre el humo de mis cigarrillos y mi tecleo incisivo exorcizando a su cauda de recuerdos prostitutos. Al principio, por imitación simiesca de otros simios, en la secundaria compré la primera cajetilla que no tuve los arrestos suficientes de acabármela: el tabaco sabía a azufre y a pedos de viejos, el humo se atascaba en mi garganta, me hacía estornudar y me producía dolor de cabeza. Después, por adolescente depresivo, seguí fumando a escondidas de mis padres, en plazas públicas y a la caída de la tarde.

En Chetumal, liberado de la jaula familiar, la ración diaria de nicotina comenzó a abultarse: fumaba por querer aparentar ser un "poeta maldito" (pero siempre fui, sí, un poeta malito) y enamorar a todas las chetunalgueñas de amplios caderámenes. El humo y la colilla siempre sahumaban mis libros de poesía, y yo era una bestia feliz entre esa neblina reptante. Luego, otro motivo de fumar hasta acabarme las colillas, fue porque comencé a trabajar en un diario empotrado al sistema y porque, a mi otra adicción creciente de cafeína, la taza de café no me sabía sin el alquitrán y los más de 10,000 ó un millón de químicos que, dicen los antitabaco, tiene un cigarrillo. Cuando unas putas alegres pasaban cerca rociándome sus puterías, mi reacción primera siempre era ponerme en guardia, prendiendo un cigarrillo.

Cuando pasó el tiempo de querer ser un periodista chingón y decidí volverme un aburrido lector de cosas feas, decía que no podía escribir una tesis de maestría sin el humo de "olorosos cigarrillos" que en espirales se elevaban al cielo", lo mismo pasó con otra tesis de doctorado y un divorcio de por medio del cáncer tumultuario: el cigarrillo siempre me acompañó en esos accidentes temporales. Y, ahora, ¿por qué sigo fumando? Tal vez porque esta vida perra sólo es posible de vivirla entre la cafeína y la nicotina.