martes, 6 de enero de 2015

enero 06, 2015
Carlos Loret de Mola Álvarez / 6-I-15

Los martes por la mañana los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación desayunan juntos. No sólo los que conforman el actual pleno. La costumbre tiene años y casi nadie la rompe.

Los lugares están asignados con el nombre de cada uno de ellos y salvo que hayan convocado a algún invitado especial (funcionario, académico, político, actor relevante de la sociedad civil) buena parte del tiempo se dedica a la conversación informal por encima de los temas de trabajo.


Desde hace cuatro años, un ausente casi permanente ha sido el ministro José Ramón Cossío. En 2010, al ver que no tenía los votos de sus compañeros para ser presidente de la Corte, se retiró de la contienda e hizo pública una carta muy dura hacia el Poder Judicial. Después, se aisló de esos desayunos a los que, me dicen fuentes, sólo acude cuando hay un invitado externo, y es verdaderamente especial.


Esa fue quizá la primera señal de división en la historia de la Corte: la elección de 2010, con un candidato que generó una especie de conflicto pre-electoral que aunque no pasó a mayores, sí marcó una diferencia.

El colofón fue que este 2 de enero demoró lo nunca visto: tomó 32 rondas de votación elegir un presidente de la Corte.

Tras la eliminación en dos rondas de los otros postulantes (los ministros Gutiérrez, Pardo, Luna y Franco), Luis María Aguilar y Arturo Zaldívar empataron 5-5 en 29 ocasiones, hasta que para evitar un mayor desgaste interno el presidente saliente, Juan Silva, cambió su voto que era a favor de Zaldívar y dio la victoria a Aguilar.

A partir de este proceso inédito, muchas voces se han mostrado escandalizadas, preocupadas, por lo que llaman “la división de la Corte”. A mí no me parece nada grave que la Corte esté dividida. De hecho, me parece francamente celebrable:

México no es monolítico. Y de hecho, la designación misma de los ministros responde a la pluralidad política: deben ser elegidos por dos terceras partes del Senado (es decir, se necesitan alianzas y negociaciones partidistas), a propuesta del Presidente de la República.

En el pasado hemos visto que entre los partidos se “reparten” la designación de estos cargos. Y si los partidos están divididos —en alguna medida como reflejo de un México que piensa diferente— pues la Corte en consecuencia lo estará.

Esta condición no exhibe debilidad. En una de las democracias más avanzadas, Estados Unidos, la Suprema Corte está dividida: son nueve ministros, cuatro de ellos claramente liberales y cuatro conservadores, y es Anthony Kennedy el que suele inclinar la balanza de uno y otro lados.

Nada por qué rasgarse las vestiduras.

SACIAMORBOS. Y además, si el ministro Sergio Valls no hubiera fallecido o su vacante hubiera sido ocupada para esta elección, hubieran existido once sufragios, el asunto se hubiera resuelto en tres rondas de votación, nadie estaría hablando de “división” y nos hubiéramos perdido un emocionante espectáculo político de arranque de año. Así que esta vez, el hubiera sí existe.

carlosloret@yahoo.com.mx