jueves, 22 de enero de 2015

enero 22, 2015
Eduardo Ibarra Aguirre / Utopía 1491 / 23.I-15

Este testimonio forma parte de la segunda edición digital de Remembranzas, de inminente aparición:

Expulsado de México por el gobierno de Emilio Portes Gil, en enero de 1930, Julio Ramírez se concentró en las labores que le encomendó la Internacional Comunista.

Más tarde, terminó dando clases en la Escuela de Cuadros; así denominaban a la que capacitaba dirigentes de los partidos afiliados a la estructura internacional creada bajo el impulso de los bolcheviques (mayoritarios) rusos en convergencia con los de otras latitudes. Sólo en la propaganda de la época y en el simplismo en boga cabe la idea de que unos dirigían y otros obedecían las consignas trazadas desde el Kremlin. La estrechez y el maniqueísmo siempre privan al hombre y la mujer de la posibilidad  de conocer los hechos en toda su complejidad.

Entre los alumnos a los que Julio Rosovski daba clases se encontraba el mexicano Evelio Badillo. Un buen día el alumno tuvo la ocurrencia de pintar en la pared del baño: ¡Viva Trotski!

Corrían los primeros años de la década de los 40. La Unión Soviética estaba invadida por las tropas nazis. La Gran guerra patria, como allá la denominaban, marchaba con altísimos costos materiales y sobre todo humanos que llegaron a sumar 20 millones de vidas.

En ese clima de confrontación bélica los matices eran, lamentablemente, secundarios. La crítica descarnada y a la vez lúcida de León Davídovich Trotski, contra las políticas centrales de autodefensa del poder soviético a cargo de Iosif Visarionóvich Dzhugashvili, mejor conocido por el seudónimo de Stalin, puso a la orden del día la peligrosa ecuación: O estás conmigo o estás contra mí.

El estudiante mexicano fue interrogado, seguramente al viejo y eficaz estilo hecho célebre en el mundo entero, y a las primeras de cambio señaló al profesor como el autor intelectual del letrero en la pared del baño, para librarse de la presión.

Julio Ramírez, como se le conoció en Puebla, Tlaxcala y el Distrito Federal al eficaz organizador de las filas del comunismo mexicano, llegó a tierras aztecas procedente de Odesa, acompañado de sus padres que huían de Ucrania ante la inminencia de que los bolcheviques tomaran el poder, pero más que nada, a causa de la agobiante falta de empleo.

En México se entregó a la misma corriente ideológica causante de que sus padres emigraran para ponerlo a buen resguardo. Aquí conoció persecuciones y cárceles. Compartió tareas y departió alegrías con el cubano Julio Antonio Mella y con la fotógrafa italiana y destacada activista Tina Modotti.

–Paseaba semidesnuda por la sala donde conversábamos, era de una belleza impresionante –comentaba Julio acerca de la compañera sentimental de Mella.

Julio también compartió con el pintor Xavier Guerrero y el italiano Vittorio Vidali, los sindicalistas Miguel Ángel Velasco y Valentín Campa; los dirigentes comunistas Rosendo Gómez Lorenzo, Rafael Carrillo y Hernán Laborde; con el primer círculo de las luchas sindicales y populares, con la comprometida intelectualidad de los años 20 del siglo pasado.

De aquí lo expulsó, tras encarcelarlo en el mero Palacio Nacional, Emilio Portes Gil, presidente provisional. (Julio sonreía divertido porque Pedro Reyner Vamos, el yerno del tamaulipeco, fuera militante reservado del PCM y visitara Moscú en 1978, donde Rosovski pasó junto a Klava el último cuarto de siglo de su vida).

Pero nunca imaginó el ucraniano del puerto de Odesa que sus propios compañeros soviéticos lo sometieran a interrogatorios, tortura, encarcelamiento y deportación en Siberia. Lo trataban como a un traidor del partido de los comunistas y del Estado soviéticos.

Julio sólo imploraba:

–Camaradas, déjenme luchar. Deseo ir al campo de batalla. Necesito defender a mi patria. Combatir a los invasores nazis.

Lo contó una o dos veces nada más, durante 1977-79. Sus ojos se le humedecían discretamente. Su voz entrecortada mostraba un profundo dolor humano, antes que ideológico o político.

–Hermano. Fue la peor tortura que pudieron hacerme. Impedir que luchara con el fusil en la mano por mi país.

Después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, Julio Rosovski, primero, Julio Ramírez, enseguida y, finalmente, Julio Gómez fue rehabilitado y reivindicado por sus compañeros, quienes le reconocieron una trayectoria que lo condujo a cambiar de apellido paterno desde la más conmovedora sencillez y tenacidad, en tres etapas bien delimitadas de su vida como combatiente.

Su frágil corazón nunca superó aquel doloroso episodio y dejó de latir el 23 de enero de 1985.

Acuse de recibo

“Gracias por tus envíos, de los cuales por mi chamba iré leyendo lo posible (¡Y todas tus utopías, naturalmente!)”, dice Laura Cervantes… Si a usted le interesa conocer más al personaje reseñado, recomiendo la lectura de Julio Rosovski: De Ucrania al comunismo mexicano, antología de 1986 y con la presentación de Rafael Carrillo Azpeitia, en la siguiente liga: http://forumenlinea.com/columna/utopia/julio.html

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