viernes, 9 de enero de 2015

enero 09, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Don Paz y Florino, senescentes caballeros, hablaban de sus respectivas vidas sexuales. Le preguntó aquél a su amigo: “Cuando haces el amor ¿usas condón?”. “¡Uh! -suspiró éste, pesaroso-. Si sola batallo para que se levante, poniéndole peso menos”. (No le entendí). Babalucas acudió a la consulta del doctor Ken Hosanna y le dijo que estaba sufriendo flojedad de vientre, carrerillas, cursos, colerina, cámaras, flujo, descompostura o pringapiés, vale decir diarrea. El médico le indicó que el limón era un buen remedio contra ese malestar. Días después, sin embargo, Babalucas regresó y le informó al galeno que el problema seguía. Inquirió el facultativo: “¿Probó usted con el limón?”. “Sí, doctor-respondió el badulaque-. Pero cada vez que me lo quito vuelve a empezar la cosa”. El achacoso señor le comentó a su esposa: “Creo que me veo muy mal”. Preguntó la señora: “¿Por qué piensas eso?”. Explicó él: “Ordené en el restorán unos huevos tibios tres minutos, y me hicieron que los pagara por adelantado”. Sor Bette, dulce monjita, hubo de ir a cierta comunidad rural a organizar el catecismo. Un ranchero fue por ella a la estación del tren en su guayín tirado por un viejo caballo. (Hasta donde sé el diccionario de la Academia aún no registra ese vocablo: “guayín”, usado para designar a un carruaje ligero. Su nombre, dice el señor Santamaría, proviene de las palabras inglesas “way in”, indicadoras del sitio por el que se debía subir al carricoche). Iban la religiosa y el cochero por un camino áspero, y en una de las sacudidas del guayín se le escapó a Sor Bette un flato o cuesco sonoroso. “¡Perdón!” -exclamó ruborizada hasta la raíz de los cabellos. “No pase apuro, madrecita -la tranquilizó el ranchero-. De hecho pensé que había sido el caballo”. Un señor de edad muy avanzada se quejó: “Mi memoria ya no funciona como antes. Y tampoco mi memoria funciona ya como antes”. 


La muerte de don Julio Scherer hará que muchos hablemos de nosotros mismos a propósito de él. Por mi parte diré que lo conocí cuando aún ocupaba la dirección de Excélsior. Era yo director fundador del periódico Vanguardia, todavía hoy mi casa de trabajo en Saltillo. Armando Castilla Sánchez, el dueño de la publicación, le enviaba cotidianamente a Scherer, por correo, la edición del día. En cierta ocasión fui a visitarlo, y don Julio me dijo: “Están ustedes haciendo un Excelsiorito”. Cuando la aviesa maniobra echeverrista provocó que Scherer saliera de aquella catedral del periodismo viajé de inmediato a la Ciudad de México a fin de expresarle nuestra solidaridad. Le pregunté, recuerdo, qué postura había asumido ante el atentado José López Portillo, el sucesor de Echeverría. Me respondió que la misma de aquel señor que entró en una peluquería seguido por un pequeño perro. El peluquero hizo que el cliente se sentara en uno de los sillones y le preguntó: “¿Arreglamos también al perrito?”. “Pues arréglenlo” -respondió el parroquiano. Cuando el fígaro y su ayudante acabaron el trabajo, el de la peluquería le cobró al cliente: “Es tanto de usted, y tanto del perrito”. Opuso el visitante: “El perro no es mío”. “Pero, señor -adujo el peluquero-, usted me dijo que lo arreglara”. “No, maestro -lo corrigió el tipo-. Usted me preguntó si arreglaban también al perrito, y yo le dije simplemente: ‘Pues arréglenlo’”. Concluyó don Julio: “Igual López Portillo. Simplemente dejó que las cosas sucedieran, pues a él también le convenía aquello”. Vuelvo a Vanguardia.  Cuando se fundó Proceso fuimos de los primeros en contratar sus servicios de información, a cargo de aquel gran caballero que fue don Francisco Fe Álvarez. Al paso del tiempo Scherer reseñó generosamente en su revista la lucha que junto con otros universitarios emprendí para rescatar a nuestra Universidad, la de Coahuila, de manos de quienes la habían pervertido. Ahora lamentamos la pérdida de ese hombre extraordinario. Lo que Francisco Zarco fue en el siglo diecinueve lo fue Julio Scherer en el veinte. Diría yo: “Descanse en paz”, si no fuera porque sospecho que hombres como él nunca descansan. Un angustiado paciente se presentó ante el doctor Duerf y le dijo lleno de ansiedad: “Sufro de eyaculación prematura”. Le pidió el célebre analista: “Hábleme de su problema”. “No -replicó el hombre-. Ya me voy”. FIN.