martes, 13 de enero de 2015

enero 13, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


En ningún sitio del planeta, creo, ha habido un espectáculo como ése. La gente del lugar lo llamaba “El espectáculo más Brandi del mundo”, en alusión al nombre de la película “El espectáculo más grande del mundo”, de Cecil B. DeMille. ¿Por qué lo de “Brandi”? Sucede que el abarrotero de la localidad, uno de los dos protagonistas de mi historia, se llamaba Hildebrando, y su mujer le decía Brandi. De ahí el título: “El espectáculo más Brandi del mundo”. ¿En qué consistía? Voy a decirlo, pero antes haré la descripción del pueblo donde se celebraba. Debe haber tenido en ese tiempo 4 mil almas, según decía el cura párroco, o 4 mil habitantes, en palabras del Venerable Maestro de la Logia. Las casas se acomodaban a ambos lados de una sola calle, la de Hidalgo, antes el camino real. Había una plaza con un quiosco y árboles a los que un viejo jardinero daba forma esférica o de cono, lo cual enorgullecía mucho a los lugareños, pues veían en eso una evidente seña de modernidad. En el costado oriente de la plaza estaba el templo parroquial, dedicado a San José. Frente a él se levantaba el edificio de la Presidencia Municipal. En el lado sur se veían las casas de los ricos, y al norte los portales: sus once arcos recordaban los once años que duraron las guerras de Independencia. Ahí se hallaban una fonda, la cantina, la peluquería y los principales comercios del pueblo: la botica; una mercería llamada El Koynor y la tienda de abarrotes de don Hildebrando. Terminada esta larga descripción ha llegado el momento de decir en qué consistía “El espectáculo más Brandi del mundo”. El abarrotero y su mujer vivían en el segundo piso de la tienda. No tenían hijos. Él andaría por los 50 años, por los 40 ella. Robusto señor era don Hildebrando, y su esposa mostraba buenas carnes. De pronto, sin aviso previo, la pareja cerraba la tienda. El dueño ponía en la puerta un letrero que decía: “Cerrado momentáneamente por causas de fuerza mayor”. Al ver eso la gente ya sabía que el espectáculo iba a comenzar. Los vecinos se acercaban, presurosos -casi todos traían silla para disfrutar la ocasión con mayor comodidad-; los que tomaban el sol en la plaza acudían también, y llegaban igualmente algunos forasteros que habían oído hablar de la función. A ella asistían únicamente hombres. La recámara del abarrotero y su mujer daba a la calle. El público empezaba a oír primero ayes contenidos; después gritos sonorosos, y por último elocuentes expresiones en voz de la señora, que decía una y otra vez: “¡Así, así!”; “¡Dale más aprisa!”, etcétera. Y es que don Hildebrando y doña Mela estaban haciendo el amor. Sus manifestaciones de pasión se escuchaban hasta la calle en tal manera que la gente, divertida, se reunía ya por costumbre a gozar el erótico suceso. Los esposos lo sabían, pero no se recataban, antes bien se enorgullecían de su desempeño. No actuaban -eso habría sido incorporar al acto un elemento artificioso-, pero tampoco se cuidaban de moderar sus arrebatos. Aquello, si bien no se podía ver, era cosa muy de oírse. La gente festejaba con palmas y risas algún ululato más fuerte que los otros, y comentaba regocijadamente las diversas frases que se oían.  Cuando los gritos cesaban es que la pareja había llegado ya al culmen de su acción, y la concurrencia aplaudía con entusiasmo. Entonces don Hildebrando salía al balcón, cubierto con una bata de terciopelo rojo, en pantuflas, y hacía graciosas reverencias al tiempo que se llevaba la mano al corazón para agradecer la cariñosa ovación del público presente. Doña Mela jamás salía a recibir los aplausos, y eso que ella hacía la mayor aportación al espectáculo, pues gritaba más que su marido, y sus frases eran considerablemente más expresivas. Pero estaba de por medio su pudor. Por eso mismo -por pudor- no le molestaba que la gente dijera: “El espectáculo más Brandi del mundo”, refiriéndose a su esposo nada más, sin darle a ella el crédito debido. Un día -aciago día, en mi opinión- el espectáculo llegó su fin. Y a su fin ha llegado también el espacio de que dispongo. En la siguiente Plaza de Almas diré por qué acabó “El espectáculo más Brandi del mundo”... FIN.