viernes, 23 de enero de 2015

enero 23, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

El farmacéutico se preocupó bastante cuando una clienta le pidió 100 gramos de arsénico. Le preguntó: “¿Para qué quiere ese veneno?”. Contestó ella: “Para matar a mi marido”. Al oír la respuesta el boticario se inquietó aún más. Le dijo: “No puedo venderle tal producto, y menos sabiendo para qué lo compra. ¿Por qué quiere usted asesinar a su esposo?”. Sin decir palabra la señora sacó del bolso una fotografía y se la mostró al de la farmacia. En la foto aparecía el marido de la señora haciéndole el amor a la mujer del farmacéutico. “Ah, perdone -dijo entonces éste al tiempo que le entregaba el arsénico a la compradora-. Ignoraba que traía usted la receta”. Ya conocemos a Capronio: es un sujeto ruin y desconsiderado. Cierta vecina suya  le contó: “Ayer llevé a mi hijo al zoológico”. “¿De veras? -preguntó Capronio-. ¿Y te lo aceptaron?”. 


¡Pobre estado de Guerrero, tan cerca de la violencia y tan lejos de la civilidad! Los extremistas han instaurado ahí un régimen parecido al de la Revolución Cultural de Mao, en China. Sus violencias son tales que avergüenzan. Atentan contra la dignidad de las personas en forma que toca los límites de lo inhumano. Pretenden esos radicales hacer una revolución que ellos mismos saben es imposible. Cierto: millones de mexicanos viven en situación de injusticia que, como antes se decía, clama al cielo. Todos sufrimos la existencia de una casta de políticos que han olvidado el fin último de la política, la búsqueda del bien común, y la han convertido en ejercicio de medro partidista o personal. La inseguridad y los quebrantos de la economía impiden la creación de fuentes de empleo, y eso es causa de que aumente la criminalidad. Sin embargo todo eso no se puede remediar por la vía de la violencia. Las instituciones de la República, en efecto, están llenas de lacras y defectos. La ineficiencia y la corrupción son signos distintivos de la función pública. Pero a pesar de todo debemos mantener esas instituciones para poder mejorarlas. Ni los tiempos ni las circunstancias hacen viable un movimiento revolucionario. Además ya sabemos a dónde han conducido en América Latina esas revoluciones: a cambiar lo malo por lo peor. En estos tiempos, y en un país como el nuestro, la organización y participación política de los ciudadanos son el único camino para construir una sociedad más libre, más democrática, más justa. En el caso de que los radicales de Guerrero lograran su propósito de impedir que haya elecciones, la democracia y el estado de Derecho sufrirían un rudo golpe. La autoridad local ha sido rebasada ya por la violencia de esos extremistas, y por el terror con que tienen sometida a la población. La autoridad federal debe intervenir a fin de evitar que se cometa ese atentado contra el derecho que los ciudadanos tienen de elegir a quienes los gobiernan, y a sus representantes. Esto no sería represión: sería aplicación recta de la ley a quienes por medio de la violencia quieren imponer su voluntad. Si no hay elecciones en Guerrero, si con cualquier pretexto se suspenden o posponen, sabremos que no sólo el estado y sus municipios, sino el país también, han caído en la ingobernabilidad. Las consecuencias que de eso pueden derivar son incalculables. Dijo un norteamericano: “El estado donde vivo es el más pobre del país. Nuestra silla eléctrica es de cuerda”. Un matrimonio oriental llegó a vivir en la Ciudad de México. El primer día la señora fue a la tienda de la esquina a comprar leche. No hablaba una sola palabra de español, de modo que frente al dependiente se oprimió las bubis una y otra vez, como se hace cuando se ordeña a una vaca. El muchacho entendió la seña y le entregó la leche. Al día siguiente la señora quería muslos de pollo. Fue a la tienda, y levantándose la falda le mostró los muslos al tendero imitando al mismo tiempo la voz del pollo. El de la tienda le dio lo que pedía. Al día siguiente la señora fue a comprar salchichas. Por más señas que le hizo al dependiente éste no entendió lo que la mujer quería. Entonces ella fue por su marido y regresó con él a la tienda. ¿Qué hizo el hombre? Le pidió al encargado las salchichas, pues él sí hablaba español. O ¿qué pensaste tú?. FIN.