domingo, 11 de enero de 2015

enero 11, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Voy a contar la historia del mayor maniático sexual del mundo. Un angustiado individuo se presentó en la consulta del doctor Duerf, analista de gran mérito a juzgar por las tarifas que cobraba. Lleno de agitación le pidió que lo ayudara. "¡Soy un maniático sexual, doctor! -le dijo en medio de un acceso de singultos-. ¡Soy un erotómano, un lujurioso, un sátiro! ¡Le hago el amor a mi mujer dos veces al día!". El célebre psiquiatra lo tranquilizó: "Eso no significa que sea usted un maniático sexual. Antes bien creo que su esposa ha de estar agradecida por ese doble desempeño conyugal. Según Masters y Johnson la mayoría de los maridos le hacen el amor a su pareja dos veces por semana, y sé de algunos hombres que lo hacen solamente dos veces al mes, y aun dos veces en el año, y eso si el año fue bueno. Hacerle el amor a su esposa dos veces al día no implica que sea usted un anormal en el renglón de sexo". "Pero es que no termina ahí la cosa -siguió diciendo el tipo-. En la oficina le hago también el amor a mi secretaria dos veces al día". "Vaya, vaya -dijo el doctor Duerf al tiempo que se ponía la mano en el mentón con actitud de estar pensando mucho, gesto que le permitía aumentar sus honorarios en un 20 por ciento-. Esto empieza a salirse un poco de la normalidad". "Y eso no es todo -continuó el sujeto-. Tengo una amiguita, y le hago también el amor dos veces al día". "Mmm -ponderó el analista en actitud de profunda concentración (cobraría por ello un 10 por ciento adicional). Según mis cuentas, señor, hace usted el amor seis veces al día. Me temo que sufre usted un grave desorden sexual. Su problema está más allá de mis posibilidades. No puedo tratarlo; debe usted tomar el asunto en sus manos". "¡Lo tomo, doctor! -exclamó, atribulado, el individuo-. ¡También dos veces al día!". La maestra les pidió a los niños que escribieran en 100 palabras lo que habían hecho en las vacaciones de Navidad. Pepito escribió 50 veces: "No mucho". Don Florino, viejo raboverde, le dijo a la linda meserita: "¿Dónde has estado toda mi vida, guapa?". "Bueno -replicó la muchacha-. Los primeros 50 años aún no había nacido". Comentó Empédocles Etílez: "Yo con una copa me emborracho. Lo malo es que no recuerdo si es la número 15 o la 16". Don Algón, salaz ejecutivo, se prendó de Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, la conocida intérprete de "Romance en cama de agua". Le dijo en arrebato de pasión: "¡Te amo, Nalgarina mía! ¡Quiero compartir contigo los gozos y tristezas de la vida, mis más escondidos pensamientos, mis emociones, mis vivencias, mis recuerdos! ¡Lo quiero compartir todo contigo!". "¿Te parece -le preguntó con dulce voz la Grandchichier- si empezamos por compartir tu cuenta bancaria?". Doña Tebaida Tridua, censora de la moral pública -y de la privada también, cuando se ofrece-, sigue en sus aposentos postrada por la fuerte impresión que le causó la lectura de dos de mis cuentos, el que lleva por nombre "Historia de una nariz" y el llamado "La cacerola". Aprovecho la ausencia de la ilustre dama para narrar hoy el primero de esos chascarrillos. Si no hay un pronto alivio para el penoso malestar de la señora relataré el segundo el viernes de la semana que comienza. Carmelino Patané recibió en el iPad un mensaje de su abuelita. La señora le reprochaba que hacía más de dos años que no la visitaba, y le pedía que al menos le enviara una fotografía suya. Carmelino tenía una novia con la cual se tomaba fotos en los momentos íntimos, y recordó que ella le había tomado una de cuerpo entero, al natural, o sea en peletier, sin ropa. Decidió enviarle a la abuelita la parte superior de ese retrato, únicamente la correspondiente al rostro, pues no disponía de otra foto. Sucedió por desgracia que al editar la imagen le envió inadvertidamente a la anciana la parte de abajo de la fotografía, la que mostraba la entrepierna. Se tranquilizó pensando que la viejecita no veía bien, y que seguramente no se daría cuenta de lo sucedido, por su cortedad de vista. En efecto, ese mismo día tuvo un mensaje de la abuela. "Recibí tu retrato, hijo -le decía la señora-, y te lo agradezco. Me permito únicamente hacerte una cariñosa sugerencia: cambia de peinado, porque con el que traes ahora la nariz se te ve chiquitilla, chiquitilla". FIN.