Juan Villoro Ruiz / 11-XII-14
En una ocasión le pregunté a Julio Scherer García cómo lograba ser el único que entrevistaba presos en cárceles de máxima seguridad. Con su gusto por los apotegmas, don Julio contestó: “Un periodista es tan bueno como sus contactos”.
La muerte de Vicente Leñero representa la pérdida de un inaudito contacto con la realidad, el mejor enviado especial de la literatura mexicana.
Aunque ejerció con maestría todos los géneros de la prosa y renovó la novela y el teatro con arriesgados juegos estructurales, se veía a sí mismo como un intermediario entre los hechos y el lector. En 1994, en el discurso con el que recibió el Premio Manuel Buendía, describió la aventura periodística como una profunda búsqueda de la “realidad a secas”.
También en la ficción indagó la esquiva sustancia de lo auténtico. Con la modestia que convirtió en una excepción cultural en nuestro medio, solía decir que a falta de imaginación encontraba estímulos en cosas ya sucedidas. En esa aparente carencia se cifra la grandeza de uno de los mayores escritores del México contemporáneo. En el barro de los días comunes, Leñero encontró la inesperada sustancia del arte, la forma en que la realidad se imagina a sí misma.