Gilberto Avilez Tax
¿Cuándo se jodió la corrida de toros en los pueblos del Yucatán profundo?
Antes de comenzar mi filípica antilazaria, expongo mis cartas credenciales: señalo que soy un amante de la fiesta brava, que no me pierdo ninguna ocasión para presenciar el rito taurino, y que veo con buenos ojos –desde que tengo uso de razón-, que en los pueblos perdidos de Yucatán se den “corridas de toros” sui generis. Subrayo la frase corrida de toros, porque recientemente, esa fiesta brava de los pueblos (que varios estudiosos le han señalado sus continuidades prehispánicas en símbolos mayas, como el árbol de yaxché que se acostumbraba plantar en medio del ruedo de “tablados”) ha sido tergiversada, modificada, y corre el peligro de desaparecer frente a los “torneos de lazo”, esa absurdidad venida de Tizimín, y en donde el rito taurino se difumina sin más ni más y los toreros de pueblo bajan a una condición de marionetas, y en donde los toros dejan de inspirar terror para inspirar tristeza. ¿Cuándo comenzaron los torneos de lazo a gangrenar la fiesta brava de los pueblos? En la conceptualización establecida por Hobsbawm, esta tradición inventada por empresarios tizimileños no pasa ni una década, faltaría un tesista en antropología social o en historia para comprobar esta aserción, revisando los periódicos de la década de 1990 y la primera década del siglo XXI, para fichar el comienzo de esa estolidez llamada “torneo de lazo”. Pero si la fuerza de los “torneos de lazo” es, para qué negarlo, creciente entre buena parte del público que asiste a las fiestas de pueblo, esto indica un malestar entre la cultura de ese estrato de la población yucateca que asiste a observar esas estolideces degradantes. Sólo indica su enfermedad, sólo indica su salvajismo sin más ni más. Y aquí comienzan mis diatribas contra el público que asiste a los “torneos de lazo”.