domingo, 7 de diciembre de 2014

diciembre 07, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Desde que salió de su casa esa mañana don Augurio Malsinado supo que aquel día no iba a ser bueno para él. Y es que al ir por la calle pisó una caca de perro. Ignoro si a Julio César le sucedió lo mismo cuando se dirigía al recinto del senado, pero sí sé que ese presagio es ominoso, más que el de los idus de marzo. Pronto se confirmó la sombría premonición de don Augurio. Llegó al trabajo cinco minutos tarde, y don Algón, su jefe, lo reprendió delante de todo el personal. Las secretarias bajaron la cabeza, apesaradas, pues lo querían bien -le decían don Guty-, pero Capronio el contador, que se fingía su amigo, no pudo ocultar una malévola sonrisa de satisfacción. A la hora de la comida la sopa de poro y papa que pidió traía una mosca. Llamó al mesero y se quejó: "Mi sopa trae una mosca". "¿Y cuántas quería mi señor?" -respondió el insolente camarero. Ahí no paró todo. Terminada su jornada de trabajo -don Algón le ordenó que se quedara una hora más a fin de reponer lo del retardo- Malsinado llegó a su casa y halló a su esposa con un genio de los mil demonios, pues se le había ido la muchacha de servicio y ella no se avenía a hacer ninguna de las tareas de la casa. Así, don Augurio tuvo que preparar la cena, lavar los trastes y planchar luego el traje y la camisa que usaría el día siguiente. En la cama intentó hacerle conversación a su mujer. Había visto en una revista de jardinería el dibujo de una pérgola o armazón para sostener plantas trepadoras, y le dijo a su señora: "Me gustaría tener una pérgola grande". Le respondió ella con tono agrio: "Ya es demasiado tarde para que te crezca". Lo dicho: nefasta fecha fue aquella para don Augurio. Más le hubiera valido no salir ese día de su casa. A lo mejor habría podido convencer a la criadita de que se quedara. Rocko Fages, pastor de la Iglesia de la Tercera Venida -no confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que permite a sus miembros el adulterio con tal de que lo cometan únicamente en la posición del misionero-, iba por la calle cierta noche cuando lo abordó una muchacha de tacón dorado y le ofreció sus eróticos servicios. El reverendo ardió en santa indignación por aquel atentado contra su ministerio. Le preguntó con severidad a la muchacha: "¿Has oído hablar del pecado original?". Respondió ella: "No sé a cuál de ellos te refieras, guapo, pero si lo quieres realmente original te va a costar 500 pesos más". Babalucas se despertó lleno de alarma. Su mujer se preocupó: "¿Qué te sucede?". Respondió el pavitonto: "Soñé que me comía un malvavisco gigante, y ahora no encuentro mi almohada". Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, la preguntó a la amiga que la acompañaba si el vestido que se estaba probando en la tienda tenía el escote demasiado pronunciado. Inquirió a su vez la amiga: "¿Tienes vellos en el pecho?". "¡Claro que no!" -exclamó Nalgarina. Le dice la otra: "Entonces el escote sí está demasiado pronunciado". Don Chinguetas le dijo a doña Macalota, su mujer: "La comida está quemada". Ella se defendió. "Yo no tengo la culpa. Hubo un incendio en el restorán de comida para llevar". Afrodisio Pitongo, hombre dado a la concupiscencia de la carne, le propuso en una fiesta a Dulcilí, muchacha ingenua, que lo acompañara a su departamento. Ahí le mostraría su colección de estampitas religiosas. "Me está usted engañando -respondió ella, suspicaz-. Eso de las estampitas es una mentira que me cuenta para poder aprovecharse de mí". Con tono ofendido le preguntó Afrodisio: "¿Cuánto tiempo tenemos de conocernos?". Contestó ella: "Quince minutos". Replica Afrodisio: "Y en todo ese tiempo ¿te he dicho alguna mentira?". Viene ahora un chiste de color subido que nadie en su sano juicio debería leer. Una joven y bella mujer acudió al consultorio del doctor Wetnose, famoso ginecólogo, y le dijo que le habían salido en la parte interna de ambos muslos unas extrañas manchas verdes. Procedió el facultativo a hacer la revisión correspondiente y luego le preguntó a la visitante: "¿Está usted casada con un gitano?". "Así es" -respondió ella asombrada por la perspicacia del galeno. Le indica el doctor Wetnose: "Dígale a su marido que lo engañaron. Las arracadas que le vendieron no son de oro". (No le entendí). FIN.