viernes, 26 de diciembre de 2014

diciembre 26, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre



Se hacía una encuesta sobre sexualidad en el varón. Una de las jóvenes encuestadoras le preguntó a un señor: “¿Qué es más importante para usted, el tamaño o la técnica?”. “La técnica, desde luego” -contestó el caballero sin dudar. La muchacha se volvió hacia sus compañeras y les gritó: ¡Chicas! ¡Anoten a uno más de picha corta!”... Nalgarina Grandchichier, vedette de moda, usaba invariablemente medias negras. Un reportero quiso saber por qué. Explicó la Grandchichier: “Es en memoria de todos los que han pasado al más allá”... Himenia Camafría, madura señorita soltera, les contó a sus sobrinos: “Varias veces he estado a punto de casarme. Nada menos el año pasado pude haber tenido a un hombre con 10 millones de pesos”. Preguntó una de las sobrinas: “¿Y por qué lo dejaste ir?”. Respondió con tristeza la señorita Himenia: “¿De dónde iba yo a sacar 10 millones de pesos?”... Don Algón, ejecutivo empresarial, entrevistó a la guapa joven que solicitaba el puesto de secretaria. “Dígame, señorita Pompilia: ¿tiene usted facilidad de palabra?”. “Sí señor -respondió ella con sonrisa insinuativa-. La única palabra que se me dificulta mucho pronunciar es ‘no’”... Ominosas son las predicciones sobre la economía del año que ya viene. Los expertos aseguran que, lejos de mejorar, las condiciones económicas de México se pondrán aún más difíciles en el 2015. Acerca de esto hay un proloquio que puede servirnos de confortación: “De que Dios dice: ‘A barrer’, del Cielo caen escobetas”. Eso significa que el Señor manda la prueba, pero envía también los medios para hacerle frente. Si trasladamos esa aseveración a los terrenos laicos diremos que hay formas de enfrentar las calamidades de orden económico. La grande y generosa ciudad de Monterrey es lo que es gracias a un lema de sólo tres palabras: “Trabajo y ahorro”. Quienquiera que aplique esa sencilla fórmula tendrá un margen mayor de seguridad económica y de posibilidades de prosperidad que quienes no la apliquen. Desde luego es muy difícil poner en práctica ese método en un país como es actualmente México, donde no se están creando nuevas fuentes de trabajo y donde la carestía y la inflación hacen imposible la práctica de esa virtud, la del ahorro. Pero si volvemos a lo básico -eso fue lo que hicieron los regiomontanos que forjaron la grandeza de su ciudad- podremos capear el temporal. Después de todo hemos vivido largos años de crisis económica, que dura ya, según opiniones de entendidos, desde Acamapixtli hasta la fecha, vale decir desde 1367 hasta hoy. Y sin embargo aquí seguimos. Lo que debemos hacer es no dejarnos ya de esa casta política que nos impone sus condiciones, nos oprime y nos hace trabajar como macehuales para mantenerla; para pagar el alto costo de los partidos, partiditos, partidillos y partidejos, y de esa excesiva cáfila de diputados y senadores, muchos de los cuales ni siquiera tuvieron que pasar la prueba de las urnas, y cuya voracidad de bonos, prebendas, canonjías y aguinaldos es insaciable. Y ya no digo más porque estoy muy encaboronado... Doña Burcelaga tenía una criadita de muy buen ver y de mejor tocar. En cierta ocasión las amigas de la señora fueron a merendar en su casa, y no pudieron menos que notar los evidentes atractivos corporales de la chica, de los cuales, además, ella hacía ostentación, pues vestía de modo que por arriba se le veía hasta abajo, y por abajo se le veía hasta arriba. Una de las visitantes le preguntó a doña Burcelaga: “¿No te preocupa tener en la casa una muchacha tan buenota? Podría gustarle a tu marido”. “Y le gusta -respondió Burcelaga-. Pero eso a mí me conviene: sirve de motorcito de arranque”. (No le entendí)... Aquel señor regresó de un viaje antes de lo esperado, y su pequeña hija lo recibió con una extraña pregunta intempestiva: “¿Verdad, papi, que aunque a Santa Claus no le hayan alcanzado los juguetes para darles a todos los niños del mundo no debe sentir vergüenza ni esconderse?”. “Claro que no, hijita” -contestó el señor, algo extrañado al oír esa extraña cuestión. Su extrañeza se disipó del todo cuando la niñita se volvió hacia su nerviosa mamá y le dijo alegremente: “¿Lo ves, mami? ¡Anda, ve a decirle a Santa Claus que ya puede salir del clóset de tu recámara!... FIN.