viernes, 12 de diciembre de 2014

diciembre 12, 2014
 Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Hoy es el día 12 de diciembre, fecha entrañable para millones de mexicanos. Es la fiesta de Guadalupe, en cuya imagen reside una de las raíces más hondas de nuestra nacionalidad. Ni india ni española es la Gualupita, sino mestiza, como nosotros. A Juan Diego la Virgen le habló en lengua indígena, pero los recién llegados también entendieron su palabra, y ahora la Guadalupana es uno de los más claros símbolos de este país de dos culturas. Quizás originalmente la Virgen no se llamó Guadalupe. No podía llamarse así, pues dijo su nombre en el idioma mexicano, que carece de las letras G y D. Su nombre original, indígena, pudo haber sido “Tequatlanopeuh’’ (“La que salió de la cumbre con peñas) o “Tequantlaxopeuh’’ (“La que apartó a quienes nos devoraban’’). Ambas palabras tienen semejanza sonora con la expresión castellana “de Guadalupe’’.

 



Los españoles, a quienes la pronunciación del náhuatl les resultaba difícil, adaptaban las voces indígenas al modo castellano. Así, de Cuauhnahuac hicieron Cuernavaca; de Quauhaxallan, Guadalajara. En esa misma forma los conquistadores asimilaron el nombre de la Virgen mexicana al de una imagen española, la Virgen de Guadalupe, venerada por Hernán Cortés. En una de sus campañas el gran conquistador sufrió la picadura de un alacrán, y se vio a punto de muerte por los efectos del veneno. Invocó a la Virgen de Guadalupe -la española-, y cuando volvió a España le regaló en Cáceres un espléndido alacrán magníficamente labrado en oro por manos de orífices indígenas. “Vino (Cortés) a esta santa casa año de 1528 -reza una acta que se halla en ese templo- y truxo este escorpión de oro, y el que le había mordido dentro’’. Tan grande llegó a ser la devoción del pueblo por la Virgen Morena que ante ella hubo de retroceder el encono de los liberales rojos en tiempos de don Benito Juárez. Relata Ignacio Manuel Altamirano que en 1861 las alhajas de los templos de la Ciudad de México fueron expropiadas y vendidas en pública almoneda. El 4 de marzo se sacaron “por orden del gobierno’’ las de la iglesia de Guadalupe, incluido el marco de oro de la venerada pintura de la Virgen. Dos días después todo fue devuelto por orden del mismo gobierno, asustado ante la irritación popular que provocó el despojo. Aunque parezca increíble existieron “masones guadalupanos’’. Hubo una logia masónica del rito yorkino que se llamó “India Azteca’’. Tal era el nombre simbólico y secreto que en la fraterna orden se daba a la Virgen del Tepeyac. Cuando Carlota vio la pintura de la Morenita le dijo a Maximiliano: “¡Qué linda imagen! Me ha conmovido profundamente’’. Y todos entendieron lo que había dicho, porque lo dijo en español. He aquí una hermosa copla anónima para cantarse con música de huapango: “Las morenas me gustan / desde que supe / que es morena la Virgen / de Guadalupe’’. ¿A qué todas estas consideraciones? Vienen a cuento porque México atraviesa hoy días sombríos. Si queremos conservar la esperanza hemos de recordar nuestras raíces, independientemente de ideologías y creencias, para confirmar una vez más que hemos vivido peores tiempos. Nos han asolado guerras civiles, epidemias, hambres, invasiones del extranjero, dictaduras, crisis económicas y políticas. De todos esos males nuestro país ha salido más fuerte, y mejor. Debemos conservar la fe en México y en lo mexicano. Yo me conmuevo al ver las peregrinaciones de la gente a los santuarios de la Virgen. Se confunden ahí ricos y pobres en un mismo sentimiento de esperanza. Independientemente de factores de índole religiosa nos debe unir el amor a la patria; hemos de trabajar por ella para hacerla una casa más libre y, sobre todo, más justa. Si lo hacemos nada podrá contra esa causa común -contra esa casa común- la obra de quienes han errado el camino y le hacen daño a México. Este día es el aniversario de la fecha en que anacrónicamente, absurdamente, el rosal se inclinó ante el nopal, según la bella metáfora -metáfora guadalupana- de Ramón López Velarde. Por mi humilde parte declaro que profeso devoción de neófito (y no la oculto) por la Morenita, y que profeso amor de niño (y no lo escondo) por mi patria. Vivirá mi país con esa fe. Con ese amor revivirá. FIN.