miércoles, 5 de noviembre de 2014

noviembre 05, 2014
Carlos Loret de Mola Álvarez / 5-XI-14

Eran las dos y media de la mañana de ayer martes 4 de noviembre cuando veinte elementos de la Policía Federal acompañados de Ministerios Públicos irrumpieron en la casa color violeta, número 50, manzana 165, de la calle Cedros de Santa María Aztahuacán, uno de los dieciséis pueblos que conforman Iztapalapa.

Pasaron el garage y entraron a la vivienda de tres pisos. Su primera impresión fue que se trataba de una casa abandonada. Eso los desmoralizó: esperaban encontrar ahí al ex alcalde de Iguala, José Luis Abarca, y su poderosa mujer, María de los Ángeles Pineda. 


Paredes descarapeladas, sin muebles, con un regadero de papel de baño y servilletas por el piso, nada de ruido. Una mesa pequeña en la cocina con residuos de pan blanco, frutas, salchichas, refrescos y platos desechables.


Subieron un piso y dentro de una discreta recámara con un ropero de madera y una televisión vieja y muy pequeña, sentados sobre un colchón inflable con las sábanas tendidas, vestidos elegantemente y desarmados, la llamada “pareja imperial” de Iguala aguardaba su inminente detención sin oponer resistencia.

Ella de vestido azul con bordados blancos en hombros y pecho. Él de camisa azul y saco obscuro.

Él, demacrado, despeinado, nervioso. Ella, recia, molesta, duro el gesto, dando órdenes a los policías: “pérate, tiene que llevarse sus medicinas”, mientras manoteaba y se movía bruscamente.

Él contó que llevaba 10 días ahí, que antes había estado en una casa en Tepepan.

Ella fue mucho más ruda con los agentes. 


Esto es lo que relatan algunos de los involucrados —varios niveles jerárquicos en la administración pública federal— en la indagatoria.

Desde la hora de la comida del lunes parecían tener indicios de que Abarca se hallaba en Iztapalapa, bastión político de su ex partido PRD y voto duro de Andrés Manuel López Obrador, el impulsor de su padrino Lázaro Mazón.

Poco después de las diez de la noche se encendieron todas las alertas.

En la planta baja del edificio del Cisen está la sede del Centro de Fusión, donde convergen los agentes de inteligencia más confiables de las dependencias del gobierno federal: son jóvenes reclutados en universidades que hacen equipo con experimentados agentes de inteligencia. La mesa redonda tiene los logotipos de Cisen y Policía Federal, de Gobernación, Marina, PGR, Ejército.


Cuando se fugaron Abarca y Lady Iguala el martes 30 de septiembre, Fusión comenzó a rastrearlos. Primero a través de las redes sociales de sus hijos, publicaciones de radio, prensa y televisión. Buscaron cerrar el círculo de confianza.

Luego se agregaron seguimientos y espionajes. Con más elementos se echó mano de la tecnología y a las 00:30 horas del martes se dio la orden para lanzar el operativo: con razonable certeza la “pareja imperial” estaba en alguno de tres domicilios de Iztapalapa, protegidos por Noemí Berumen, una amiga de su hija Yazareth Liz, quien les prestó casa, recibió 10 mil pesos para comprarles ropa y ya buscaba cambiarlos de sitio para despistar a las autoridades. Ellas dos fueron ubicadas en la segunda vivienda. En la tercera no había nadie.

Así que la primera casa fue la buena. Ahí estaban. Sentados y bien vestidos. En tres minutos regresó la moral a los policías: ese que parecía más un refugio de indigentes era el escondite de los millonarios.

carlosloret@yahoo.com.mx