miércoles, 19 de noviembre de 2014

noviembre 19, 2014
Gilberto Avilez Tax

La langosta de principios de 1940 destruyó todo, ni las hojas del monte se salvaron, todo quedó ch’ilib,[1] todo se lo comió la langosta, y fue en los tiempos de la cosecha cuando llegaron. 


Porque en esa época pasaron por toda la Península millones de langostas. La langosta comía todos los cultivos de maíz, no tenía qué comer la pobre gente. Sólo harina comían, poco arroz, frutos del ramón y macales y demás tubérculos y hasta raíces. 

Pero ahí tienes que había un señor, don Nico Cab, que por gracia de Dios no le comieron sus 100 mecates de milpa las langostas, y pues este señor se volvió rico, que hasta hacía sus cigarros con billetes. 

¿Y por qué hacía sus cigarros con billetes? Pues porque en tiempos de la langosta todo se conservó en su milpa: que frijol, que ibes, que calabacitas. Entonces don Nico se dedicó a venderlo al pueblo hambriento.

[1] Palabra en maya con que se nombra a los árboles sin hojas, puras “varitas”.