sábado, 29 de noviembre de 2014

noviembre 29, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre



Dijo el conferencista: “Al general Schwachkopf  le dieron un balazo en los Dardanelos”. Doña Macalota se inclinó sobre su vecina de asiento y le dijo al oído: “No sabía que también se llamaran así”. Un hombre joven pasó a mejor vida. El portero del Cielo le preguntó: “¿Tienes algún pecado que quieras confesar antes de entrar en la mansión celeste?”. “Sí -dijo el recién llegado-. Yo era centro delantero en el equipo de futbol de la iglesia de San Pablo. Hace unos días jugamos  por el campeonato de la liga parroquial contra el equipo de la iglesia de San Pedro. Recibí un pase y anoté el gol que nos dio el triunfo. Pero estaba en fuera de lugar, y además empujé el balón con la mano. Aunque el equipo contrario protestó, el árbitro dio por buena la anotación, y así el San Pablo ganó el campeonato y se llevó la copa”. “Vamos, vamos -dijo el portero de la mansión celeste-. Ése es un pecadillo sin importancia. Eres joven y con ansia de triunfo; tu falta es perfectamente explicable. No sólo puedes entrar al Cielo, sino que además te asignaré un lugar en la sección VIP, junto a los ángeles y los arcángeles, los serafines y los querubines”. Exclamó, feliz, el futbolista: “¡Gracias, San Pedro!”. Respondió el portero: “San Pedro salió a comer, y yo lo estoy sustituyendo. Soy San Pablo”. La abuelita de Pepito terminó de rezar sus oraciones: “Y te pido, Señor, que hagas de Pepito un niño bueno, amén”. Le indicó el chiquillo: “No se te olvide poner: ‘Enter’”. En el súper la señora le pidió al carnicero una docena de pechugas de pollo. “Pero las quiero grandes” -precisó. El hombre le dijo que se las tendría listas en cinco minutos, que mientras tanto podía hacer el resto de sus compras. Poco después se oyó en el altavoz: “La señora de las pechugas grandes, favor de presentarse en el mostrador de carnes”. El plan del Presidente quedó muy aplanado. Las propuestas presidenciales se estrellaron en el muro de escepticismo general que en estos días se ha levantado, y no tuvieron buen acogimiento, y menos aún suscitaron entusiasmo y espíritu de colaboración en la clase política y entre los ciudadanos. Sucede que durante los 12 años de gobierno (es un decir) panista, los gobernadores de los Estados hicieron -y deshicieron- lo que les dio la gana. Cada entidad fue una ínsula que el gobernante en turno manejó a su antojo. Establecer ahora un centralismo en materia de seguridad  será cosa difícil. Tanto el federalismo que postuló Ramos Arizpe como la doctrina del municipio libre propugnada por Carranza se van al cuarto de los trebejos, y en su lugar se instaura un régimen centralizado que implica reformas a la Constitución y que hará necesaria la creación de controles federales que tarde o temprano chocarán contra la autoridad local, sobre todo en los estados en que gobierne un partido contrario al oficial. Sin embargo la tremenda corrupción de las policías locales y la infiltración en ellas del crimen organizado no pueden continuar. Era necesario un cambio de raíz. Ahora el gobernante de cada estado tendrá la responsabilidad directa en el manejo de la policía en su entidad, y la Federación pedirá cuentas a cada gobernador, en vez de a cada alcalde. Por eso causa pena el ambiente de escepticismo que ahora priva. Esa actitud nos condena a todos al inmovilismo que deriva del pasmo general, y favorece a la causa de los enemigos de México, algunos muy visibles, ocultos los principales y de mayor poder. ¡Brrr! Tu última frase, columnista, me provocó un calosfrío o repeluzno que me bajó desde la nunca hasta cierta región innominable. Narra un chascarrillo final y luego, por el bien de la República, haz mutis. Aquel inventor creó un robot cuyo cuerpo tenía la exacta semejanza del de una mujer joven y hermosa. Le dijo a su ayudante: “El robot puede hacer el trabajo de una secretaria. Si le oprimes una bubis toma dictado. Si le oprimes la otra te organiza tu agenda del día”. Pidió el ayudante: “Permíteme llevarme el robot a mi oficina, para probarlo”. A poco se oyó un espantoso grito, un terrible ululato de dolor. “¡Caramba! -exclamó consternado el inventor-. ¡Se me olvidó decirle que aquella otra parte es un sacapuntas!”. (No le entendí). FIN.