miércoles, 19 de noviembre de 2014

noviembre 19, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


No demos ningún crédito al rumor según el cual la Madre Teresa de Calcuta  fue casada. Quienes propalan esa versión, seguramente apócrifa, cuentan que un hombre anciano, pobre y solitario, halló una lámpara de forma extraña. La frotó para limpiarla, y de la lámpara salió un genio de oriente que le dijo: “Gracias, amo. Me has liberado de mi prisión eterna. Pídeme tres deseos; te los concederé”. Pidió el hombre: “Hazme joven y guapo”. ¡Wham! El anciano se encontró de pronto convertido en un apuesto galán en flor de edad. Enunció su segundo deseo: “Quiero mucho dinero”. ¡Whoz! Se vio rodeado al punto por montones de billetes y enormes pilas de monedas de oro. “Mi tercer deseo -dijo entonces el tipo, feliz-, es casarme con la mejor mujer del mundo”. Vuelvo a decirlo: no demos ningún crédito al rumor según el cual la Madre Teresa de Calcuta fue casada. Aviso de importancia. Al final de este artículo -por cierto indefinido- viene un relato sicalíptico del peor gusto que es dable imaginar. Doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, puso en él los ojos, y eso bastó para que le salieran en las posaderas escútulas de pórrigo lupinoso, o sea tiña. Tan lamentable suceso aconteció a principios del pasado mes de octubre, y es fecha que la ilustre dama todavía no se puede sentar sin proferir un gemido lastimero que conmueve hasta a los más duros corazones. Desaconsejo, entonces, la lectura de esa vitanda historietilla. Si alguien la lee lo hará bajo su propio riesgo. El pasmo de estos días ha causado un alud de peticiones de renuncias. Hay quienes piden la de Peña Nieto; otros exigen la salida de tal o cual secretario, y aun del Gabinete en pleno; aquéllos demandan que el gobernador Fulano haga entrega de su cargo y se vaya a vivir en algún remoto sitio del planeta, Timbuctú por ejemplo. A mí esas solicitudes de renuncia me hacen pensar en el estrépito de los atabales a cuyo fragor nuestros antepasados indios entraban en batalla: hacían mucho ruido, pero a la hora de combatir no servían para nada. Hoy por hoy a todos nos conviene mantener la calma, y abstenernos de hacer aportaciones a la confusión general. Particularmente infortunada me pareció la moción que hizo Cuauhtémoc Cárdenas en el sentido de que Carlos Navarrete entregue su dimisión como presidente nacional del PRD. Injusta sobremanera es esa petición; sorprende que la haga quien en otras ocasiones ha mostrado mesura, prudencia y discreción, quizá no necesariamente en ese orden, pero sí las tres virtudes. Los problemas que enfrenta el nuevo dirigente perredista son heredados; resulta absurdo culparlo en tan corto tiempo de la situación actual del PRD. Al ingeniero Cárdenas se le considera -y con razón- líder moral de ese partido. La iniciativa que presentó no cuadra con su calidad de tal. Las mamás de Pepito y Rosilita pusieron en la bañera, encueraditos, a sus pequeños hijos. Rosilita vio cierta parte de Pepito y le dijo: “Qué cosa tan interesante tienes ahí. ¿Me permites tocarla?”. “¡Ah no! -exclamó Pepito con alarma al tiempo que se cubría con las manitas la entrepierna-. ¡Ya quebraste la tuya, y ahora quieres quebrar también la mía!”. He aquí ahora el insolente cuento que arriba se anunció. Su lectura es desaconsejable, motivo por el cual las personas de naturaleza delicada deben apartar de él los ojos en este mismo instante. Don Chinguetas iba por una carretera en su gran Packard de 8 cilindros. Lo acompañaba solamente su hija, muchacha casadera, pues doña Macalota, la mujer de don Chinguetas, había preferido quedarse en casa a ver el capítulo final de su telenovela, “Amor vendido”. En eso un grupo de maleantes los obligó a detenerse y los despojó de todo lo que llevaban: dinero, tarjetas, relojes, celulares, todo. Consumada que fue esa ruin acción los asaltantes subieron en el Packard y se lo llevaron también. Don Chinguetas y su hija se quedaron a la orilla de la carretera sin saber qué hacer. “Al menos-suspiró la muchacha- pude salvar mi anillo de promesa”. Le preguntó su padre: “¿Cómo hiciste para que no te lo vieran?”. Respondió ella: “Me lo puse entre las pompas”. Exclamó, pesaroso, don Chinguetas: “¡Qué lástima que no vino tu mamá! ¡Habríamos podido salvar también el Packard!”. FIN.