miércoles, 15 de octubre de 2014

octubre 15, 2014
NUEVA YORK, 15 de octubre.- En abril de 2003, cuando las tropas estadounidenses invadieron Irak, el Pentágono entrenó exhaustivamente a sus hombres para reaccionar en cuestión de segundos a un ataque químico. Les obligó a dormir con la máscara de gas en la cintura e incorporó palomas a cada unidad para que dieran la alerta. Un año después había quedado claro que el régimen de Sadam Hussein no estaba produciendo armas de destrucción masiva para atacar al mundo, como se dijo para justificar la invasión.
Recipientes de armas químicas en Mutanna o āl-Muṯannā, gobernación de Irak controlada ahora por el Estado Islámico. La fotografía de AP es del 2002.

Y cuando los médicos militares ya no estaban preparados para el presunto ataque químico, fue cuando algunos soldados empezaron a aparecer desorientados, con las pupilas dilatadas y ampollas del tamaño de un puño, sin que nadie supiera qué hacer.


Era gas mostaza, gas sarín, gas naranja y cuantos líquidos destructivos haya producido la humanidad, que en los años 80 se le vendieron gustosamente a Sadam Hussein. Ese es el motivo por el que los incidentes que dejaron lisiados al menos a una veintena de soldados no han salido a la luz hasta que lo publicó ayer el rotativo The New York Times, en una serie de investigación compuesta por ocho reportajes.


Humillado por la realidad que no corroboró sus argumentos para invadir Irak, el Gobierno de George W. Bush no quiso publicitar los hallazgos aislados, que correspondían a una época muy anterior a los años en que acusó a Irak de parapetarse con armas de destrucción masiva.

Sucios, roñosos y oxidados, los proyectiles abandonados que fueron detonados con otras piezas de artillería para destruirlos, nunca hubieran funcionado como se pensó, pero contaminaron extensamente a los hombres que los hicieron explotar. Víctimas que, en su mayoría, no recibieron crédito, medallas, ni la atención médica necesaria.

Fabricados fuera

Había, además, otro motivo para mantenerlo en secreto. La mayoría de esos 4,500 proyectiles se habían fabricado en EE UU y Europa, para ser ensamblados luego en cadenas de montaje iraquíes que operaban empresas occidentales.

Según un informe confidencial de la ONU que cita The New York Times, sólo España e Italia vendieron a Irak en los años ochenta unas 85,000 carcasas de proyectiles tipo M110, que fueron rellenadas con materiales químicos para utilizar contra Irán. Las potencias occidentales se apresuraron a tomar partido en esa guerra contra el nuevo Gobierno revolucionario del país persa, aunque décadas después criticasen la masacre de Sadam Hussein. Bélgica figura también entre los países europeos que vendieron esas armas a Irak.

Aunque aparecieron regadas por lugares olvidados de la geografía iraquí, enterradas décadas atrás y olvidadas de la mano de Dios, un gran porcentaje de las encontradas entre 2004 y 2011 aparecieron en áreas que desde junio pasado controlan las fuerzas del Estado Islámico (EI).

Si bien no se encuentran en un estado en el que puedan ser utilizadas como se pensó, sí pueden ser reaprovechadas para fabricar artefactos explosivos, motivo por el que los soldados estadounidenses intentaron desmantelarlas. A partir de 2011 esa tarea quedó en manos del Gobierno iraquí, que pronto descubrió que rebasaba sus capacidades. (Mercedes Gallego, corresponsal / lavozdigital.es)