viernes, 17 de octubre de 2014

octubre 17, 2014
Gilberto Avilez Tax

Don Salim Memeri, como casi todos los turcos, llegó a la Península con una mano adelante y otra atrás, tapándose sus pobrezas de exiliado de una tierra de donde son originarios los cipreses: el Monte Líbano, en Turquía asiática. Al principio, en el pueblo a los “turcos” los conocían como los “otomanos”, pero luego, fuera sirio o libanés, todos serían bautizados con la homegeinizante nacionalidad de “turcos.” Casi todos de mi generación conocieron a don Salim, a ese patriarca de noventa años de caminar pausado, devoto católico de la Virgen de la Estrella, patrona del pueblo, y vendedor de telas que bautizó a su establecimiento de lencería con el enigmático nombre de Almacenes Nadjle.


De La Habana a Progreso, Salim Memeri pisó por primera vez tierras de la Península, allá por los años de la década de 1930. Como la mayoría de los turcos que arribaron a Yucatán, Salim llegó, con su padre y su hermano, sin mujer; y al instante, entre la platicadera con la ya abultada colonia sirio libanesa asentada en Progreso y Mérida, estos recién arribados del Monte Líbano preguntaron que en dónde estaba la bonanza económica en Yucatán, y como les dijeron que en Peto el dinero de una cosa llamada “chicle” era defecado hasta por los zopilotes; Salim, su hermano y su padre empacaron como endemoniados, compraron telas, baratijas pendejas, tónicos curalotodo, machetes, lienzos de manta cruda, espejuelos, clavos y alambres, pantalones de mezclilla, píldoras de quinina y más baratijas pendejas; y en un mapa arrugado de una equívoca Península manchado con lamparones de café, el dedo cordial del padre de don Salim mostró a sus hijos un camino al pie de la Sierrita que cruzaba Muna, acariciaba Ticul, pasaba por Oxkutzcab, seguía en Tekax, lamía Tzucacab y llegaba hasta el final, donde la Sierrita era comida por una “Montaña” feraz de zapotáceas y cedrales:

-Hasta aquí caminaremos.
-Queda en el culo de Yucatán.
- Venimos de uno más alejado, esto lo hacemos en menos de una semana vendiendo de pueblo en pueblo las baratijas pendejas al triple de su precio.

Y vendiendo de pueblo en pueblo, los Memeri llegaron al Peto chiclero donde el dinero era arrancado a la selva del oriente de la Península, y defecado hasta por los zopilotes explotadores de los gringos. Aquel Peto de 1930 que presenció don Salim, “donde los chicleros reinaban,” y donde había hasta extravagantes matones de todas las selvas desde Veracruz hasta Guatemala, como Barba Roja, un chiclero de Tuxpan dueño de una barba hirsuta y bañada de arrebol, que al tomar los tragos de guaro “le rajaba la madre” a cualquier, incluyendo a él cuando perdía.

II

La siguiente anécdota puede ser cierta o un embuste fraguado por el cronista Arturo Rodríguez Sabido. Una vez, el cronista me refirió que en Maní, hace muchos ayeres, cuando su abuelo don “Maco” Sabido vivía, el cronista se topó con “un escritor soviético que indagaba sobre la vida de Elías Rivero”. La anécdota sucedió “hace como 20 años”, cuando la URSS no se había desintegrado y el muro de Berlín estaba intacto. “Un profesor Roque lo trajo” de no sabemos donde, al eslavo. 

De inmediato, el joven Rodríguez Sabido fue a ver a su abuelo, don Maco Sabido, diciéndole que querían entrevistarlo sobre la vida de Elías Rivero. Apenas oír el nombre de Rivero, don Maco se encabritó, soltó unas maldiciones con retazos de mentadas de madre y, tronitonante el tunante, dijo que no quería saber nada de la entrevista. Luego, Arturo llevó al soviético a ver a Tránsito Calderón, y Calderón “se deshizo en halagos sobre Rivero.” La pregunta que este historiador forzosamente se hace, es la siguiente: ¿de casualidad Rodríguez Sabido habrá confundido al iraní don Manuel Sarkisyanz, biógrafo de Felipe Carrillo Puerto, con un escritor del otro lado de la cortina de acero?