jueves, 23 de octubre de 2014

octubre 23, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Si yo fuera gente del gobierno federal estaría sumamente preocupado. Sin serlo estoy sumamente preocupado ya. La irritación social por lo acontecido en Iguala está creciendo en tal manera que puede volverse incontenible. Las manifestaciones de protesta no son ya nada más las de los pobres. Estudiantes de clase media, y aún de condición acomodada, se están sumando a esas demostraciones, y organizan las suyas propias. ¿Cómo puede el Gobierno detener tales muestras de indignación? Desde luego le es imposible ya usar los medios represivos del pasado. Debe apresurarse entonces a aclarar la tragedia de Ayotzinapa. Todos sus recursos y todo su tiempo han de emplearse en eso. En las actuales circunstancias celebraciones como la de la Constitución de Apatzingán suenan a hueco, y son patéticamente inoportunas. Hay una gran inconformidad causada por motivos económicos, políticos, y ahora sociales. No deje el Presidente Peña Nieto que el tiempo se le escurra entre las manos, pues las cosas pueden llegar al nivel de la Presidencia. Están llegando ya.. “What a cunt!”. Así exclamó, con arrebato erótico, el guardabosque Wellh Ung en el momento en que le hacía el amor a lady Loosebloomers. Ella se molestó bastante al escuchar esa vulgar expresión interjectiva, equivalente a la frase castellana “¡Qué culazo!”, aún más del vulgacho, por el aumentativo. Detuvo milady los bien acordados meneos que solía emplear cuando llevaba a cabo el antiguo in and out -meneos valseaditos, en compás de 3 por 4-, y le dijo, severa, al mozallón: “Cuide sus palabras, jovencito. Adulterio sí; ordinarieces no”. Y es que la señora había leído el último ensayo de mister Bernard Shaw, texto en el cual el escritor proponía la tesis de que la declinación de un imperio empieza con la decadencia de la lengua que en él se usa. (Coincido con el ilustrísimo colega: desde que en México se empezó a usar profusamente la palabra “güey” este país entró en una fase de descomposición social cuyos efectos estamos viendo ahora. Si al menos hubiésemos dicho “buey” quizá las consecuencias no habrían sido tan funestas). En ese momento entró en la alcoba lord Feebledick, y se mortificó al ver a su esposa en los fornidos brazos del lacertoso gañán, pues no le gustaba que la servidumbre se tomara ciertas libertades. Perdió los estribos, cosa que no le sucedió ni siquiera cuando encabezó aquella famosa carga de caballería de la Brigada Quinta, carga que realizó, contrariamente al uso establecido, alejándose del enemigo. Le dijo con enojo a la liviana pecatriz: “¡Floozy! ¡Faloosie! ¡Flugie!”. Las tres palabras sirven para motejar a una mujer de moral dúctil. Derivan del vocablo floozie, el cual designa a la prostituta que pasea las calles en búsqueda de clientes. “¡Ah! -exclamó lady Loosebloomers alzando los ojos al cielo como luego haría Margaret Dumont en las películas de los Hermanos Marx-. ¡Otro hombre malhablado! Qué duro es el destino de nosotras las mujeres. ¡Y ni siquiera nos permiten votar!”. Así diciendo la señora se deshizo del apretado abrazo con que la ceñía el guardabosque; se puso en pie, cubriose con la bata de encaje y seda negra que usaba en tales ocasiones y luego se dirigió con energía a los dos hombres. “¡Fuera de aquí! -les dijo-. ¡No merecen ustedes estar en la presencia de una dama!”. Con el rabo entre las piernas salieron ambos de la habitación. Iban contritos y apesadumbrados. “¿Ya ves el lío en que nos metiste?” -reprendió Lord Feebledick al mocetón. “Con el mayor respeto, milord -contestó él-, permítame decirle que todo iba muy bien hasta que usted entró en la alcoba. Fueron sus imprudentes palabras las que motivaron el justo enojo de milady”. El noble caballero sabía reconocer sus culpas. Le preguntó a Wellh Ung: “¿Crees que esto tenga posibilidad de arreglo?”. “Espero que sí -respondió él-. A condición, claro, de que aprenda usted a controlarse. La próxima vez que nos encuentre en ese trance no diga cosas feas: cierre los ojos y piense en Inglaterra, como hacía la Reina Victoria, de felicísima memoria, cuando su real consorte, el Príncipe Alberto, se le subía”. Respondió lord Feebledick: “Procuraré seguir su ejemplo. Inglaterra antes que nada”. E hizo el saludo militar de la Brigada Quinta. FIN.