lunes, 20 de octubre de 2014

octubre 20, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Himenia Camafría, madura señorita soltera, contestó el teléfono. Una voz de hombre, ronca y acezante, empezó a decirle: "Te arrancaré la ropa, zorra, y luego.". Se trataba de una llamada obscena. "¡Espera un poco! -pidió alegremente la señorita Himenia-. ¡Voy a traer una copita y un cigarro para oírte a gusto!". Uglicia, mujer más fea que el pecado -que un pecado feo, se entiende, porque hay pecados muy bonitos-, pasaba todos los días frente a una tienda de mascotas. En la puerta estaba un perico lenguaraz que le gritaba con su voz rasposa: "¡Oye, oye!". Volteaba ella y el loro le decía: "¡Qué fea estás, araña!". Harta ya de aquel bullying periquero Uglicia se apersonó con el dueño de la tienda y lo amenazó: si dejaba que el cotorro la siguiera insultando en esa forma pondría una denuncia ante la policía para que le decomisaran al pajarraco y lo llevaran a donde no pudiera ya insultar a las personas decentes. El tendero habló con el perico en presencia de Uglilia. Le advirtió que si seguía ofendiendo en modo tan incivil a esa amable dama le cortaría las plumas de la cabeza hasta dejarle el cráneo mondo y lirondo, y luego lo echaría a la jaula de los gallos para que éstos, que sin gallina estaban desde hacía varias semanas, hicieran con él lo que su instinto les dictara. Eso del rapamiento no inquietó mucho al perico -la calvicie confiere cierta dignidad a quien la tiene-, pero lo de los gallos le preocupó bastante. Así, prometió muy seriamente que no volvería a decirle "fea" ni "araña" a la mujer. Al día siguiente pasó otra vez Uglicia. Pese a lo prometido el loro le gritó igual que siempre: "¡Oye, oye!". Uglicia se acercó y le preguntó, desafiante: "¿Qué?". Le contestó el perico: "Ya sabes". El país se ensombrece cada día más. El optimismo de los primeros tiempos del sexenio ha dado paso a la indignación y la desesperanza. Ahora la exigencia mayor de la sociedad es que los crímenes de Tlatlaya y Ayotzinapa sean aclarados, y castigados los culpables. Mientras tanto, la violencia en que ha tenido parte gente con autoridad seguirá justificando -o explicando al menos- los desmanes que cometan quienes protestan contra las desapariciones y masacres, pues la falta de aplicación recta de la ley da origen a la instauración de la anarquía. Asunto de interés nacional es ahora la aprehensión del alcalde de Iguala y de su esposa, lo mismo que de su jefe de seguridad. (¡Vaya ironía! ¡De seguridad!). No es posible que sigan prófugos quienes tienen la clave para llegar al fondo de este caso que ha sacudido la conciencia nacional y ha llegado al mundo. Bien puede el Presidente Peña Nieto seguir con su rutina diaria. Pero mientras estos crímenes no sean aclarados y castigados su Gobierno estará en entredicho, y un peligroso germen de agitación social seguirá vivo. Es triste decirlo, pero hoy por hoy el principal problema de México es uno de orden policíaco. A eso hemos llegado. Anunció en el autobús el guía de turistas: "Acabamos de dejar atrás el mejor burdel de la ciudad". Preguntó, pesaroso, un individuo: "¿Por qué?".Viene ahora un cuento de color subido que nadie con un mínimo de pudicicia debería leer. Un individuo fue a la playa, porque al día siguiente tendría una cita erótica con una atractiva extranjera, y quería presentarse ante ella con cuerpo de latin lover. Ya mostraba la piel dorada por el sol, pero le había quedado sin dorar la parte que le cubría el traje de baño, de modo que en un paraje solitario se despojó de la prenda, se tendió en la arena y se cubrió el cuerpo con dos toallas que llevaba, dejando sólo al descubierto el bajo vientre. Sucedió, sin embargo, que se quedó dormido, y los rayos del intenso sol le provocaron una quemadura en la parte que más iba a necesitar en la anhelada cita. Recurrió a toda suerte de pomadas y lociones; no obtuvo resultado. La noche del amoroso encuentro, y ya en presencia de la chica, el ardor de la región protagonista fue tal que el galán sintió la necesidad urgente de aliviarla. Se disculpó con su pareja y fue a la cocina. Ahí llenó un vaso con leche que sacó del refrigerador y puso en ella la susodicha parte, pues había oído decir que el líquido lácteo ayuda a aliviar inflamaciones y quemaduras leves. En eso entró en la cocina la muchacha y vio aquello. "¡Caramba! -exclamó con asombro-. ¡Por fin sé dónde las cargan!". FIN.