domingo, 21 de septiembre de 2014

septiembre 21, 2014
TIRANA, Albania, 21 de septiembre.- «Pero, ahora quiero decirles otra cosa». Los sacerdotes, religiosos, seminaristas y laicos católicos reunidos para la celebración de las Vísperas en la Catedral de Tirana llenaron el aire con un aplauso cuando Papa Francisco abandonó el discurso preparado para la ocasión* y comenzó a hablar improvisando. Lo conmovieron hasta las lágrimas los dos testimonios (de un sacerdote y de una monja) que acababan de contar con palabras sencillas y sin rencor las terribles experiencias de persecución que sufrieron durante la «ateocracia» del régimen comunista albanés. Las historias de las torturas, de los bautismos celebrados a escondidas, de la angustia de una condena a muerte o de una cadena perpetua.

El Papa Francisco abraza con fuerza a un anciano sacerdote que ha sufrido persecución.

El padre Ernesto y la hermana María Caleta rezaron junto al Papa y relataron su experiencia de secuestros, torturas, violaciones y exigencias de apostasías. Al término de su intervención, Francisco, casi entre lágrimas, se abrazó a los dos largamente, arrancando la ovación de los participantes. No en vano, el sacerdote fue condenado a muerte por no apostatar, una pena que finalmente fue conmutada por 27 años de trabajos forzados. Una fe puesta a prueba: un santo en vida..

Papa Francisco apoyó su frente contra la del anciano sacerdote, conmovido; dejó a un lado los papeles que había preparado para la ocasión y repitió con palabras simples y de consuelo cuál es la dinámica propia e inconfundible de las tribulaciones y del martirio que vivieron los cristianos.


Lo hizo apoyándose en las narraciones de persecución que acababa de escuchar y también en el pasaje evangélico de San Pablo, que fue leído durante las Vísperas, en el que habla del consuelo que Dios garantiza a los que son perseguidos debido a su nombre: «Podemos preguntar: ¿cómo pudieron soportar tanta tribulación? Nos dirán esto que acabamos de escuchar en el pasaje de la Segunda carta a los Corintos: ‘Dios es Padre misericordioso y Dios de toda consolación’ ¡Fue Él quien nos consoló!» .
La Catedral de Tirana.

La misma experiencia, recordó Francisco, se puede ver en toda la historia de la iglesia. «Recuerdo a Pedro, en la cárcel, encadenado, con las cadenas: toda la iglesia rezaba por él. Y el Señor lo consoló y también a los mártires y a estos dos que hemos escuchado hoy; el Señor los consoló porque había gente en la Iglesia, el pueblo de Dios, las viejitas santas y buenas, muchas monjas de clausura que rezaban por ellos. Este es el misterio de la Iglesia: cuando la Iglesia pide al Señor que consuele a su pueblo, y el Señor consuela humildemente, incluso a escondidas. Consuela en la intimidad del corazón y consuela con la fortaleza».

Después del encuentro en la catedral de San Pablo, Papa Francisco se dirigió al Centro de Asistencia Betania. Allí, en el último encuentro de su intensa jornada albanesa, se reunió con los agentes y con los jóvenes huéspedes del Centro y de otras realidades caritativas que trabajan en Albania. A todos ellos, Papa Francisco explicó que las obras de caridad son un lugar privilegiado para vivir concretamente la apertura y el servicio de los cristianos hacia todos, y para colaborar fraternamente con los compañeros de camino que pertenecen a otras religiones. «Las diferentes experiencias religiosas», dijo el Obispo de Roma, «se abren al amor respetuoso y eficaz con el prójimo; cada comunidad religiosa se expresa con el amor y no con la violencia: no hay que avergonzarse de la bondad».

*Estas fueron las palabras que el Papa no leyó:

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegro de poder tener este encuentro con ustedes en su querida tierra; doy gracias al Señor y les agradezco a todos su acogida. Así les puedo expresar mejor mi apoyo a su tarea evangelizadora.

Cuando su país salió de la dictadura, las comunidades eclesiales se pusieron en marcha de nuevo y reorganizaron la acción pastoral, afrontando con esperanza el futuro. Quiero expresar especialmente mi reconocimiento a aquellos pastores que pagaron un alto precio por su fidelidad a Cristo y por su decisión de permanecer unidos al Sucesor de Pedro. Fueron valientes ante las dificultades y las pruebas. Todavía se encuentran entre nosotros sacerdotes y religiosos que sufrieron cárcel y persecución, como la hermana y el hermano que han compartido su propia experiencia. Los abrazo conmovido y alabo a Dios por su fiel testimonio, que estimula a toda la Iglesia a seguir anunciando el Evangelio con alegría.

A partir de esta experiencia, la Iglesia en Albania puede crecer en espíritu misionero y en entrega apostólica. Conozco y valoro cómo se oponen decididamente a las nuevas formas de "dictadura" que amenazan con esclavizar a los individuos y a las comunidades. Si el régimen ateo intentaba acabar con la fe, estas dictaduras, de forma más encubierta, pueden hacer desaparecer la caridad. Me refiero al individualismo, a la rivalidad y a los enfrentamientos exacerbados: es una mentalidad mundana que puede contagiar también a la comunidad cristiana. No se desanimen ante estas dificultades, no tengan miedo de mantenerse en el camino del Señor. Él está siempre a su lado y los asiste con su gracia para que se apoyen unos a otros, para que sean comprensivos y misericordiosos y acepten a cada uno como es, para que cultiven la comunión fraterna.

La evangelización es más eficaz cuando cuenta con iniciativas compartidas y con una sincera colaboración entre las diversas realidades eclesiales y entre los misioneros y el clero local: esto requiere determinación para no cejar en la búsqueda de formas de trabajo común y de ayuda recíproca en los campos de la catequesis, de la educación católica, así como en la promoción humana y en la caridad. En estos ámbitos, es valiosa también la aportación de los movimientos eclesiales, dispuestos a planificar y trabajar en comunión con sus Pastores y entre ellos. Es lo que veo aquí: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, una Iglesia que quiere caminar en fraternidad y en unidad.

Cuando el amor a Cristo está por encima de todo, incluso de las legítimas exigencias particulares, entonces es posible salir de uno mismo, de nuestras "minucias" personales y grupales, y salir al encuentro de Jesús en los hermanos; sus llagas son todavía visibles hoy en el cuerpo de tantos hombres y mujeres que tienen hambre y sed, que son humillados, que están en la cárcel o en los hospitales. Y precisamente tocando y sanando con ternura esas llegas, es posible vivir en profundidad el Evangelio y adorar a Dios vivo en medio de nosotros. ¡Son muchos los problemas que se presentan cada día! Todos ellos los estimulan a lanzarse con pasión a una generosa actividad apostólica. Sin embargo, sabemos que nosotros solos no podemos hacer nada: «Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles" (Sal 127,1). Esta certeza nos invita a dar cada día el espacio debido al Señor, a dedicarle tiempo, a abrirle el corazón, para que actúe en nuestra vida y en nuestra misión. Lo que el Señor promete a la oración confiada y perseverante supera cuanto podamos imaginar (cf. Lc 11,11-12): además de lo que pedimos, nos da también el Espíritu Santo. La dimensión contemplativa es así indispensable en medio de los compromisos más urgentes e importantes. Cuanto más nos llama la misión a ir a las periferias existenciales, más siente nuestro corazón la íntima necesidad de estar unido al de Cristo, lleno de misericordia y de amor.

Y teniendo en cuenta que aún se necesitan más sacerdotes y consagrados, el Señor les repite también hoy a ustedes: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies» (Mt 9,37-38). No podemos olvidar que esta oración está precedida por una mirada: la mirada de Jesús que ve la abundancia de la cosecha. ¿Tenemos también nosotros esta mirada? ¿Sabemos reconocer la abundancia de los frutos que la gracia de Dios ha hecho crecer y la labor que hay que hacer en el campo del Señor? De esta mirada de fe sobre el campo de Dios, nace la oración, la petición cotidiana e insistente al Señor por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Ustedes, queridos seminaristas, y ustedes, queridos postulantes y novicios, son fruto de esta oración del pueblo de Dios, que siempre precede y acompaña su respuesta personal. La Iglesia de Albania tiene necesidad de su entusiasmo y de su generosidad. El tiempo que hoy dedican a una sólida formación espiritual, teológica, comunitaria y pastoral, dará fruto oportuno en su futuro servicio al pueblo de Dios. La gente, más que maestros, busca testigos: testigos humildes de la misericordia y de la ternura de Dios; sacerdotes y religiosos configurados con Cristo Buen Pastor, capaces de comunicar a todos la caridad de Cristo.

En este sentido, junto a ustedes y a todo el pueblo de Albania, quiero dar gracias a Dios por tantos misioneros y misioneras, cuya acción ha sido determinante para que la Iglesia resurja en Albania y todavía hoy sigue teniendo gran relevancia. Ellos han contribuido notablemente a consolidar el patrimonio espiritual que obispos, sacerdotes, personas consagradas y laicos albaneses conservaron en medio de durísimas pruebas y tribulaciones. Pensemos en el gran trabajo hecho por los institutos religiosos para el relanzamiento de la educación católica: este trabajo merece reconocimiento y apoyo.

Queridos hermanos y hermanas, no se desanimen ante las dificultades; siguiendo las huellas de sus antepasados, den testimonio de Cristo con perseverancia, caminando "juntos con Dios, hacia la esperanza que no defrauda". En este camino, siéntanse siempre acompañados y sostenidos por el afecto de toda la Iglesia. Les agradezco de corazón este encuentro y encomiendo a cada uno de ustedes y a sus comunidades, sus proyectos y esperanzas a la Santa Madre de Dios. Los bendigo afectuosamente y les pido, por favor, que recen por mí. (Gianni Valente / La Stampa / La Repubblica / periodistadigital.com)