sábado, 9 de agosto de 2014

agosto 09, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Henry Ford murió, y a pesar de haber llenado el mundo de automóviles llegó al Cielo. San Pedro, el portero celestial, le preguntó: "¿No eres tú el hombre a quien puede considerarse el creador del automóvil?". "En efecto -respondió Ford, orgulloso-. Yo soy". "Pasa -lo invitó el apóstol de las llaves-. Puedes entrar en la morada de la eterna bienaventuranza. Te llevaré al lugar donde están los inventores". San Pedro guió a Henry Ford por las diversas salas del paraíso, hasta llegar al sitio reservado a los inventores. Se los mostró uno a uno. "Aquél -le dijo-, es Franklin, el inventor del pararrayos; aquel otro es Marconi, el del telégrafo; el de más allá es Edison, que inventó el fonógrafo; el otro es Graham Bell, el del teléfono.". "¿Y aquél que se ve allí?" -preguntó Ford. "Es Adán" -dijo San Pedro. "Y él -preguntó intrigado el norteamericano- ¿qué inventó?". Contestó el apóstol: "Fue Adán quien le dio al Creador las especificaciones para hacer ese gran invento: la mujer". Pidió Ford: "Me gustaría hablar con él acerca de su invención". San Pedro le presentó al primer hombre, y Ford le dijo: "Yo inventé el automóvil, y me dicen que tú inventaste a la mujer. Quisiera hacerle algunas críticas a tu invento, porque pienso que no es tan bueno como el mío". El hombre preguntó, amoscado: "¿Cuáles son esas críticas?". "En primer lugar -enunció Ford-, mi invento viene en varios modelos, y su forma cambia cada año. El tuyo siempre es igual, el mismo siempre. Mi invento viene en todos los colores; el tuyo sólo en unos cuantos. Además mi invento cuesta mucho menos que el tuyo". "Mira -le dijo Adán a Ford, molesto-. Puedes hacerme todas las críticas que quieras, pero una cosa sí te digo: más gente se ha subido a mi invento que al tuyo"... En el salón de clases se hablaba del amor. Dijo Pepito: "La primera vez que mi mamá vio a mi papá se enamoró perdidamente de él". "¡Qué hermoso! -se emocionó la maestra-. Y seguramente sigue enamorada". "Quién sabe -respondió Pepito-. Nada más esa vez  lo vio"... Alguien le preguntó a Babalucas: "¿Sabes dónde está el Canal de la Mancha?". Respondió: "¿No es el 545?". Aquel señor fue iluminado por la la fe, y empezó a dedicar todo su tiempo a difundir la verdadera religión. Andaba por las calles con un letrero que decía: Ama a tu prójimo. Su celo religioso era tal que descuidó toda otra obligación, lo mismo de trabajo que de atención a su casa y a su esposa. Cierto día, después de una dura jornada en la que anduvo paseando por toda la ciudad su letrero Ama a tu prójimo, llegó a su casa sólo para encontrar a su mujer en estrecho abrazo de coición con el vecino. "¡Qué bueno que llegaste, Proselicio! -le dijo, alegre, la señora-. ¡Precisamente estaba amando a mi prójimo!"... La verdad, dicha sea sin tapujos, es que no pasan de dos docenas los mexicanos que entienden con claridad la reforma energética, y pueden por tanto avizorar sus posibles efectos. El resto nos debatimos entre dos opuestas propagandas: la que asegura que esa reforma traerá incontables ventajas al país y la que afirma que con ella se ha hecho traición a la Patria al entregar al extranjero un importante recurso nacional. (El petróleo no es tan importante como el agua, pero es también muy importante). Así las cosas, el Gobierno debe hacer que de la tal reforma deriven a corto plazo -y no ad kalendas graecas- beneficios concretos para el pueblo, tal como se ofreció para crear un ambiente favorable a los cambios realizados. De otra manera se fortalecerá la postura de los opositores a la reforma, y ésta podrá ser nugatoria, cosa en mi opinión bastante grave, sobre todo porque no sé qué significa "nugatoria". El médico le preguntó al señor: "¿Le dieron resultado las pastillas para dormir que le indiqué?". "No, doctor -contestó el hombre-. Lo único que se me durmió es lo que no quiero que se me duerma cuando no puedo dormir"... El recién casado condujo a su flamante mujercita al aposento en el que pasarían su noche de bodas. Al entrar en la habitación la chica  se volvió hacia su ansioso marido y le dijo, solemne: "Ahora que ya estamos casados, Borsalino, quiero decirte una cosa: no esperes milagros de mí". "Naturalmente que no, Rosibel -respondió el novio-. ¿Por qué me dices eso?". Explicó la muchacha: "Porque nada más las vírgenes hacen milagros"... FIN.